De cara a conocer el apellido Picasso, origen y significado, hay que saber que el apellido Picasso es de origen italiano, probablemente genovés, que se asentó en España en tiempos antiguos, radicando en Mallorca, Valladolid, Málaga, Madrid, Orense y Barcelona. Andrés Picasso Viloria fue bautizado el 5 de Diciembre de 1656 en Santa María Magdalena de Brahojos, Valladolid. Amelia Picasso González nació en el año 1845 en Málaga. Josefa Teresa Escolástica Picasso fue bautizada en la iglesia de Olesa de Montserrat, Barcelona, el 25 de Junio de 1798. Hubo también personas de este apellido en México, Estados Unidos, Italia, Argentina, Francia, Uruguay, Nicaragua, Guatemala y Perú. Ana María Picasso nació en el año 1740 en San Salvatore, Génova, Italia. Ana Picasso se casó el 12 de Enero de 1870 en la iglesia de Nuestra Señora de los Remedios de Nueva Palmira, Colonia, Uruguay. Pánfila Picasso nació y fue bautizada en el año 1874 en Parras de la Fuente, Coahuila, México.
Personajes importantes del apellido Picasso
Consta en el Archivo Histórico Nacional fechado en 1631, el expediente para la concesión del título de Caballero de la Orden de Calatrava a Juan Picasso.
Francisco Antonio de Medina Picasso era tesorero de la Casa de la Moneda de México en el año 1663.
El pintor Pablo Picasso
Pablo Diego José Francisco de Paula Juan Nepomuceno María de los Remedios Cipriano de la Santísima Trinidad Mártir Patricio Ruiz y Picasso (Pablo Picasso) fue un pintor y escultor español, nacido en Málaga, el 25 de Octubre de 1881 y fallecido en Mougins (Francia), el 8 de Abril de 1973 siendo uno de los principales artistas del siglo XX que fundó, con Georges Braque y Juan Gris, el movimiento cubista.
Juan Picasso González
Juan Picasso González nacido en Málaga, el 22 de Agosto de 1857 y fallecido en Madrid 5 de Abril de 1935 fue un destacado militar español, héroe de guerra en África e instructor de la investigación militar más importante de la historia española: el Expediente Picasso, investigación sobre el Desastre de Annual; era tío segundo del pintor Pablo Ruiz Picasso.
Escudo del apellido Picasso
El Cronista y Decano Rey de Armas, Don Vicente de Cadenas y Vicent, en su «Repertorio de Blasones de la Comunidad Hispánica», recoge para los Picasso las siguientes: ARMAS: En campo de oro, un león rampante de gules coronado de plata. Este escudo está disponible en el Gabinete Heráldico
Características y significado
Los esmaltes simbolizan: ORO: Nobleza, Magnanimidad, Riqueza, Poder, Luz, Constancia y Sabiduría. PLATA: Pureza, Integridad, Obediencia, Firmeza, Vigilancia, Elocuencia y Vencimiento. GULES: Color rojo que simboliza Fortaleza, Victoria, Osadía, Alteza y Ardid. El León simboliza el Espíritu Generosamente Guerrero, adornado de las cualidades de Vigilancia, Dominio, Soberanía, Majestad y Bravura.
Desarrollo de la historia y escudo principal del apellido Sánchez:
Esta noble y esclarecida familia, al igual que otras
originarias de los primeros tiempos de la Reconquista, tomó su apellido del
nombre Sancho, usado por ilustres castellanos, aragoneses y navarros de notoria
hidalguía y antigüedad, dando lugar al apellido Sánchez. Se trata, pues, de un
apellido patronímico que, desde lejanos tiempos comenzó a extenderse por
Asturias, León, Galicia, la Montaña de Santander, La Rioja, Castilla, Navarra,
Aragón, Murcia, Valencia y Andalucía, para continuar alcanzando, con
extraordinaria difusión, las restantes regiones españolas.
Origen del apellido Sánchez
No es mucho lo que se sabe sobre el origen del apellido Sánchez. La única fuente de información fiable, sería el acreditado y erudito genealogista García Alonso de Torres, cronista de los Reyes Católicos y que en su manuscrito «Espejo de la Nobleza» indica que el tronco y el progenitor de este linaje fue don Rodrigo Sánchez que fundó casa, continuándose su descendencia hasta Fortún Sánchez, ricohombre del rey don Sancho I de Navarra.
El historiador Pedro Vitales que, en el año 1.774, era doctor teológico por la Universidad Sertoriana y que a sí mismo se daba el título de «Prior de Gurrea y Canónigo de Montearagón», en un manuscrito titulado «Registro de Armas y Divisas de Aragón» dice: «Sancho Sánchez fue con el rey don Pedro, el primero de este apellido que intervino en la conquista de Barbastro, en el año 1.100 y así es nombrado entre los ricoshombres. Más tarde, en el año 1.118, dos caballeros llamados Lope Sánchez de Ogaure y Galindo Sánchez de Belchite, ricos hombres, intervinieron en la conquista de Zaragoza.
En el año 1.266 fue Justicia de Aragón don Pedro Sánchez. Se tiene por tradición que descendía de un hijo bastardo del rey don Sancho García de Aragón y Navarra, según la Crónica de Navarra, (Año 880). Lope Sánchez está en el año 1.137 con el príncipe don Ramón Berenguer en la Concordia que hizo con el rey de Castilla. Se conoce también, como privado del rey don Sancho Abarca, un ricohombre llamado Fortunio Sánchez, señor de Boltaña.
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Hechos memorables
Es imposible reseñar
uno por uno los hechos memorables que tuvieron por protagonistas a caballeros
de este ilustre apellido, dado que ello significaría reproducir toda la
historia de España.
Opiniones sobre el origen
Sobre los orígenes del apellido Sánchez, aún teniendo en cuenta la opinión del genealogista García Alonso al afirmar como primero de dicho apellido a don Rodrigo Sánchez, al que sucedió Fortún Sánchez, ricohombre del rey Sancho I de Navarra, (año 926), viene a resultar que ese mismo año nació el rey de Navarra, García II Sánchez (muerto en 970), hijo y sucesor de Sancho I Garcés, o lo que es igual que el Sancho del padre se convirtió en el Sánchez del hijo.
Por tanto, parece ser que, en contra de los afirmado por García Alonso, no fue Rodrigo Sánchez el primero de este apellido, si se tiene en cuenta que ningún lazo de parentesco le unía al rey de Navarra, y, para mayor abundancia, consta como fecha de nacimiento de otro Sánchez, asimismo rey de Navarra (García III Sánchez, «El Temblón», el año 994, hijo y sucesor de Sancho Abarca.
No mucho tiempo después, en el año 1.054, se encuentra a García IV, Sánchez III, llamado «el de Nájera», hijo y sucesor de Sancho III «el Mayor». Es interesante el dato de que este rey, al igual que García III Sánchez, tiene por padre a un Sancho lo que evidencia que el nombre se ha convertido en apellido. Este apellido aparece en los reyes de Navarra tres veces; García II, Sánchez; García III, Sánchez y García IV, Sánchez.
En contra de lo
afirmado, el genealogista García Carraffa, en su diccionario de apellidos,
mantiene una opinión contraria, al indicar que, al igual que ocurre con otros
patronímicos, se han apellidado y se apellidan Sánchez, incontables familias de
distinto origen y procedencia sin nexo de sangre ni parentesco, señalando que
una investigación a este respecto sería inútil intentarla, siendo posible la de
aquellas que existen memorias ciertas e indicadoras, en mayor o menor grado, de
su condición hidalga, de las comarcas y lugares donde tuvieron sus casas
solariegas, de las prerrogativas y distinciones alcanzadas, de los cargos
honoríficos o de gobierno desempeñados por sus ascendientes en las comarcas
donde residieron y sobre todo, de las probanzas que hicieron y ejecutorias que
ganaron. En suma: cuanto de esas familias perduran datos concretos o claros
indicios, que orientan la labor paciente del investigador.
Casas solares del apellido Sánchez
ASTURIAS. Parece ser que el solar originario de los Sánchez asturianos se encuentra en el lugar de Cangas de Onís, aunque también en dicha región existieron otros dos linajes muy antiguos: Uno, en el Concejo de Gijón y otro en la villa de Ribadesella.
SANTANDER. Entre las casas Sánchez de la Montaña de Santander figuran: Arnuero, Santoña, Queveda, del Ayuntamiento de Santillana, Torrelavega, e Ivio, o Herrera de Ivio, del Ayuntamiento de Mazcuerras, Cabuérniga. También existieron otras casas en la merindad de Trasmiera.
LA RIOJA y NAVARRA. Los origenes por La Rioja y Navarra se encuentran en: Tudela (Navarra), Logroño, Cornago, y la villa navarra de Cascante.
ARAGÓN: Como en León y Castilla, muchos Sánchez alcanzaron fama y poderío en la Reconquista. Fueron ricoshombres, esforzados guerreros y desempeñaron cargos prominentes. Pero su origen, el solar y el tronco del que proceden, se desconoce en la mayoría de los casos. Acompañaron a Jaime I en la conquista de los reinos de Valencia y Murcia, donde dejaron descendientes que fueron creando distintas casas en aquellas regiones. «Del tronco de Alfonso II de Aragón, salió Fernando Sánchez, conde de Perpiñán y del Rosellón, tío vuestro en segundo grado, hombre grande en sus operaciones, aunque por las asechanzas de muchos envidiosos, con vos tuvo sus reyertas. Pero os desengañó el rey, vuestro padre, y se hizo la paz entre los dos.
Su hijo natural, a quien sacasteis de pila y en el día os sirve con gran valor, pinta en su escudo por armas las de Aragón y el lambel de plata que le asignasteis». Estas palabras fueron pronunciadas por mosén Jaime Fabrer y se encuentran consignadas en sus «Trovas» dirigidas al príncipe don Pedro, luego Pedro III de Aragón. Aquí se habla de un hijo natural, es decir del habido entre un hombre libre y una mujer soltera y no debe confundirse con bastardía, puesto que ambos pueden contraer matrimonio aún después de nacido el hijo, con lo cual este queda legitimado.
MURCIA y ALICANTE. El rey de Castilla don Alfonso X hizo el repartimiento de tierras a los caballeros que ayudaron en la conquista de Murcia, según consta en el libro original sobre dicho reparto. Figuran varios caballeros Sánchez, y tal reparto de tierras se hizo entre gentes hidalgas de Castilla, Aragón y Cataluña. De ahí el origen distinto de algunas casas de Murcia y su provincia. Una, en la ciudad de Lorca, oriunda de Trasmiera, Santoña (Santander). Otra, en la población de Murcia, procede de Santillana, asimismo de Santander. En lo que se refiere a Alicante, el origen se localiza en Pero Sánchez que fue justicia en 1.570 y 1.573. Dicha casa solariega, se encontraba situada a espaldas del Hospital d esta ciudad.
ANDALUCIA. Fueron muy numerosas las casas Sánchez en Andalucía. Mencionaremos algunas de ellas: una en la Villa de Borgem, Colmenar, Málaga, en la ciudad de Alhama de Granada y en la villa de Alahurín, provincia de Málaga, en Mijas, Marbella. Ascendiente de esta familia fue Alonso de Toledo hermano del abuelo paterno de Santa Teresa de Jesús. En Puerto de Santa María hubo otra familia de la que proceden los establecidos en Trinidad (Cuba), desde el primer tercio del siglo XVIII.
EXTREMADURA. Desde tiempos muy antiguos consta la existencia de una casa en Alburquerque (Badajoz).
Escudo primitivo de Sánchez
ARMAS: En campo de gules, un castillo de plata, aclarado de sable, superado de una estrella del mismo metal, partido de sinople, con un brazo armado, de plata, llevando en la mano una cinta de plata con la salutación angélica en letras de sable: “Ave María gratia plena”.
CARACTERÍSTICAS: Los esmaltes simbolizan: PLATA: Pureza, Integridad, Obediencia, Firmeza, Vigilancia, Elocuencia y Vencimiento. GULES: Color rojo que simboliza Fortaleza, Victoria, Osadía, Alteza y Ardid. SINOPLE: Color verde que simboliza Esperanza, Fe, Amistad, Servicio y Respeto. La estrella simboliza Constancia en el servicio al Soberano en los empleos de ministro o Consejero. El Castillo, por la superioridad de su fortaleza respecto a otros edificios, denota grandeza y poder, empleado en defender a los amigos y aliados, resistiendo invencible al enemigo.
Algunos tratadistas dicen que el origen, significado e historia del apellido Iglesias proviene de apodos relacionados con el sustantivo -iglesia-, aplicados por personas que vivían cercanas a una iglesia, que eran cuidadores de una de ellas, que se hallaban vinculadas a una determinada iglesia, etc. Este apellido es el mismo que el de Iglesia (en singular) según aparece en numerosos libros.
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Según el tratadista Carlos Platero Fernández, en su obra «Los Apellidos en Canarias», relativo al origen, significado e historia del apellido Iglesias, este es un apellido de origen toponímico cuya grafía proviene del vocablo en latín «ecclesia» y éste del griego «ekklesia» que se traduce por «congregación» y entre otras, de las muchas acepciones que tiene esta voz, es el conjunto de clero y el pueblo cristiano de un determinado ámbito geográfico o cronológico y también el templo cristiano. Como topónimo puede ser un municipio y partido judicial de la provincia de Burgos también llamado: «Iglesias»; además suele ser topónimo en varios lugares de España.
Al parecer hay una leyenda que
hace tronco de este linaje y apellido a Álvaro Iglesia que ya en el año 725 se
defendió de los moros desde una ermita.
Carlos Platero dice que es de origen
cántabro, con casa solariega por las cercanías de Cabuérniga, en las Montañas
de Santander y también tuvo solar en los Montes de León y, en Galicia, hubo
asimismo solares suyos en Cangas y Redondela, provincia de Pontevedra, y en el
municipio de Valadouro, Lugo, además de otros lugares..
No existen muchos datos sobre el
origen de este apellido, al que se supone muy antiguo, en un lejano pasado que
llega hasta el tiempo de los godos.
Se considera como progenitor del origen del linaje a don Alvar de Iglesias o de la Iglesia, un esforzado guerrero que allá por los años 725, cuando el invicto don Pelayo reconquistó la ciudad de León, se hizo fuerte ante el ataque de los moros en una iglesia o ermita, posteriormente llamada San Pedro de Cavatuenta y con sólo ciento cincuenta hombres aguantó las embestidas de más de cinco mil enemigos, defendiéndola con tal ardor, que dió muerte a más de dos mil moros.
En memoria de dicha hazaña, hizo a
la iglesia cabeza de las demás que en el término había, la cual con el tiempo
recayó bajo la casa y patrimonio de los Marqueses de Total. Así lo afirman don
Miguel de Salazar, capellán de honor y Rey de Armas del rey don Fernando IV, al
igual que don Juan de Mendoza, en sus respectivos «Nobiliarios» y
también lo hace don Jorge de Montemayor en su «Sumaria Investigación de
Linajes Nobles del Reino de Galicia».
Por su parte, Salazar, tiene una versión distinta acerca del origen, significado e historia del apellido Iglesias . Dice que eran pecheros en el lugar de Salceda, en el concejo del Valle de Poblaciones, del partido judicial de Cabuérniga, en la provincia de Santander. Sí que es muy cierto, que en esta provincia hubo otras casas de Iglesias en el lugar de Valles, del Ayuntamiento de Reocín y partido judicial de Torrelavega: en Santillana y en San Vicente de la Barquera, en la Merindad de Trasmiera y en la ciudad de Santander.
Casas solares del apellido Iglesias
Otras casas de este linaje Iglesias radicaron en la Montaña de León, otras las hubo en Galicia, en el Valle de Canagás y en la feligresía de Santa Eulalia de Trugulfe, partido judicial de Mondoñedo, (Lugo), y otra en la villa de Torreiglesias, del partido de Segovia y, finalmente, otra en Carrascosa de Arriba, del partido judicial de Burgo de Osma, (Soria).
El apellido Iglesias, tras
extenderse por los lugares anteriormente citados, pasó el Nuevo Mundo, donde ya
se encontró presente desde los primeros momentos de su conquista y
colonización.
Origen, significado e historia del apellido Iglesias en América
En noviembre de 1524, Rodrigo
Galván de Bastidas, capituló con los reyes la exploración y conquista de las
nuevas tierras.
Por aquellas fechas resultaba muy
difícil encontrar navíos en Cuba, por habérselos llevado todos don Hernán
Cortés para emprender la conquista de Méjico.
No obstante, Bastidas, consiguió
algunos barcos, no en muy buenas condiciones y con doscientos cuarenta hombres
desembarcó en las costas de Venezuela.
En este grupo de conquistadores
iba Diego de Iglesias Gajarte, de quien se ignora el lugar de su nacimiento,
primero de los de este apellido que pasaron a América.
Entre los hombres de Bastidas
comenzó a cundir el descontento al no encontrar el oro que se les había
prometido, y en su lugar las penalidades se cebaron en ellos, teniendo que
resistir un clima al que no estaban acostumbrados, las fiebres y los ataques de
los indígenas, los feroces caribes.
El teniente de Bastidas, Pedro de
Villafuerte encabezó una rebelión y cuando el jefe de la expedición, quiso
imponerse, recibió una puñalada por parte de su subordinado, quedando
malherido, y si no fue rematado por el enfurecido Villafuerte fue gracias a la
intervención de Diego Iglesias que consiguió salvarle la vida y haciéndole
embarcar en uno de los navíos lo envió de regreso a Santo Domingo.
En Venezuela quedaron los demás
hasta la llegada de Pedro de Heredia que como sucesor de Bastidas, venía a
hacerse cargo del mando, pero Rodrigo Álvarez Palomino, que se había hecho
dueño de la situación, se negó a reconocerlo como su jefe, con lo que de nuevo
estalló la querella entre los españoles.
Se tiene noticia de que Diego
Iglesias se puso de parte del recién llegado, acatando su nombramiento de
Adelantado y lo hizo con mucho juicio, porque en la pelea, resultó derrotado Álvarez
Palomino que al intentar huir, cayó en un río donde pereció ahogado.
A partir de este momento, se
pierde la pista de Diego de Iglesias.
No poseemos antecedentes de qué
pudo ser de él, si murió en combate contra los indios, si de fiebres, de muerte
natural o, por el contrario, vivió para establecerse en las nuevas tierras.
De todos modos, si no fue él,
otros de este apellido se encargaron de que la descendencia española en el
Nuevo Mundo quedara asegurada.
En Méjico floreció en el siglo
XIX, un célebre político, don José María Iglesias, que fue ministro en el
gobierno de Benito Juárez cuando este luchaba para expulsar a los franceses de
su patria, que, por orden del emperador Napoleón III, trataban de imponer una
monarquía hereditaria en Méjico, en la persona del archiduque austríaco
Maximiliano.
En Perú también hubo otra rama del
apellido Iglesias y de ella puede destacarse a Miguel Iglesias, senador, que
fue presidente provisional de aquella república y al que un golpe militar
derrocó, lo que le obligó a exiliarse.
También en Costa Rica hubo otra
línea de este apellido, Rafael Iglesias y Castro fue un político costarricense
que después de ocupar las carteras de los Ministerios de Guerra y,
posteriormente, de Hacienda, fue elegido Presidente de aquel país.
En el origen, significado e historia del apellido Iglesias aparece un apellido compuesto: Fernández Iglesias. Lo fue desde muy antiguo, pero ni consta la fecha en que sucedió, ni las causas que lo motivaron. Posiblemente fue debido a algún entronque matrimonial. Hay que decir que esta familia de los Fernández Iglesias utiliza un escudo con armas muy parecidas a las del linaje Iglesias, pero lo hace en partido, añadiendo en un cuartel otras armas.
En Asturias tuvo casas solares en
El Franco, Langreo, Piloña y Prendones.
En Navarra tuvo casa solar en la
villa de Miranda de Arga, de la Merindad de Olite, su dueño Johan Iglesias,
documentada en la Fogueración navarra de 1329.
En Aragón radicaron sus casas
solares en Biniés, sus dueños Johan de la Yglesia y Miguel de la Yglesia; en
Berdún, su dueño Miguel de la Yglesia, y en Arasanz de Urmella (todo en
Huesca), su dueño Peri de Sus la Yglesia, documentadas en la Fogueración
aragonesa de 1495.
El origen, significado e historia del apellido Iglesias en Cataluña es este: tuvo casas solares en La Garriga, su dueño Bertomeu Iglesias, documentada en la Fogueración catalana de 1553; en San Martín Sasgayolas; Teyá (todo en Barcelona), así como en Corsá y Olot (Girona).
En las provincias de La Coruña,
Lugo, Orense, Pontevedra, Burgos, Girona, Jaén, León, Lleida, Oviedo, Santander
y Vizcaya, existen lugares denominados Iglesia, La Iglesia o Iglesias, que
quizás tengan relación con este linaje.
Vasco de la Iglesia, vecino y
originario de la feligresía de San Cosmede (Lugo), obtuvo ejecutoria de
hidalguía ante la Sala de los Hijosdalgo de la Real Chancillería de Valladolid
el 9 de Mayo de 1495. Era hijo de Juan Rodríguez de la Iglesia, vecinos de San
Cosmede, que fue a la guerra de Ariza con Don Juan II, y de Teresa de Villa, y
nieto paterno de Alfonso Rodríguez, vecino de San Cosmede, y de Elvira
Fernández.
Nobleza de este apellido
Probaron su nobleza ante la Sala
de los Hijosdalgo de la Real Chancillería de Valladolid: Antonio de la Iglesia,
vecino del concejo de Las Regueras (Asturias), en 1687; Antonio y Miguel de
Iglesia (hijos de Francisco de Iglesia), en 1797; José de Iglesia, vecino de
Villanueva, del valle de Ribadedeva (Asturias), en 1797; Domingo de Iglesia,
vecino de Pozuelo, en 1564; Francisco de la Iglesia, vecino de San Pedro
Castañero (León), en 1547; Manuel de Iglesia, vecino de Revilla, en 1736;
Vicente de la Iglesia, vecino de Paradina, de la tierra de la Somoza, en 1757;
Antonio y Juan de Iglesia y la Torre, vecinos de Labarces (Cantabria), en 1781,
y Antonio y Miguel Iglesias Ceballos, vecinos de El Tojo, del valle de
Cabuérniga (Cantabria), en 1817.
Probaron su nobleza ante la Real
Audiencia de Oviedo: Juan Iglesia, vecino de Peón, en 1824; Manuel Iglesia,
vecino de Condado, en 1815; Manuel y Manuel Iglesia, en 1787; Manuel
Iglesia-Acevedo y Menéndez-San Julián, vecino de Navia y originario de El
Franco, en 1794; Manuel Iglesia y Martínez, vecino de Trelles y originario de
Prendones, en 1826; Antonio Iglesia Sánchez y Tomás, vecino de Cangas de Onís y
originario de Castiello, en 1794; Jerónimo, Antonio y Ventura Iglesia Suárez y
Cueto, naturales de Bello, vecinos de Aller y originarios de Piloña, en 1804;
Manuel Iglesia y Zapico, vecino de Serrapio y originario de Langreo, en 1794, y
José Damián Iglesias Bustillo Escandón y Roiz, natural de Pendueles y vecino de
Vidiago, en 1789.
Probaron su limpieza de sangre
para ejercer cargos del Santo Oficio de la Inquisición: Bartolomé Iglesia y
Pradeda, natural de San Martín de Caraño (Lugo), para Oficial, en Galicia, en
1614, y Juan Iglesia Rodríguez, natural de Villar, presbítero, para
Calificador, en Lima, en 1817.
Alfonso de la Iglesia, vecino de
Castrotierra (León), obtuvo confirmación del Rey Don Enrique IV de un
privilegio de hidalguía en Segovia el 27 de Noviembre de 1465.
Francisco y Raimundo de la
Iglesia, vecinos de Cádiz, obtuvieron privilegio de hidalguía en 1773.
José Iglesias obtuvo expediente
sobre privilegio de Caballero Noble en 1823.
José, Dionisio y Manuel Iglesias
Angulo García y Renovales, naturales de Arcentales (Vizcaya) y vecinos de
México, probaron su nobleza ante el Teniente Corregidor de Valmaseda (Vizcaya)
en 1793.
Gerónimo de Iglesias, natural de
Sant Martí Sesgayoles, Caballero, Carlán de Biosca, fue habilitado por el Brazo
Militar en las Cortes del Principado de Cataluña, en 1626.
Lázaro Iglesias, Ciudadano Honrado
de Barcelona, fue elevado a dicha dignidad el 10 de Noviembre de 1638. Fue
habilitado por el Brazo Real en las Cortes del Principado de Cataluña, en 1640.
Juan de la Iglesia, natural de
Biniés (Huesca), Bachiller en Artes y Sagrada Teología, hizo expediente de
limpieza de sangre para ingresar en el Colegio Real de San Vicente Mártir de la
Universidad de Huesca en 1706. Era hijo de Juan de la Iglesia y de María de
Urux y nieto paterno de Jorge la Iglesia y de María López.
En el Archivo Municipal de
Santiago de Compostela (La Coruña) constan los expedientes de hidalguía de
Francisco de Iglesia Correa, en 1746, y Bartolomé de la Iglesia Rey, natural de
Santiago de Compostela y vecino y residente en Santiago de Guatemala, en 1755.
En el Archivo Municipal de
Santiago de Compostela consta el expediente de limpieza de sangre de Dámaso
Iglesias Lago, natural de Redondela (Pontevedra), Magistral de Orense, en 1815.
Hicieron expediente de limpieza de
sangre ante la Justicia ordinaria de El Ferrol (La Coruña): Pascual de la
Iglesia, vecino de El Ferrol (hijo de Alonso de la Iglesia y de Antonia Vázquez
y nieto paterno de Francisco de la Iglesia y de Antonia Fernández), en 1769, y
Domingo Antonio de la Iglesia, vecino de El Ferrol, soltero (hijo de Leonardo
de la Iglesia, Capitán de Brulote de Artillería de Marina, y de Ángela Smith, y
nieto paterno de Manuel de la Iglesia, Administrador de Tabacos en Chantada, y
de Manuela Muñoz), en 1798.
Manuel María y Rafael de la
Iglesia y Darracq, nacidos en Cádiz en 1778 y 1783, respectivamente, ingresaron
en la Real Compañía de Guardias Marinas en 1793 y 1800, respectivamente.
Algunas ramas del apellido Iglesias
D. Andrés Iglesias Álvarez casado
con Doña Francisca Álvarez, ambos naturales de la feligresía de San Román de
Sajamonde, inmediata a Redondela, tuvo por hijo a D. Andrés Iglesias, nacido en
la feligresía de San Román de Sajamonde, casado con Doña Josefa Martínez
natural de Santa María de Redondela (hija de Don Francisco Martínez y Doña
Antonia de Araújo, naturales de Santa María de Redondela, también inmediata a
Redondela, en cuyas calles llegaba a introducirse en no lejanos tiempos) tuvo
por hijo a Don Andrés Iglesias, nacido y vecino de Redondela, casado con Doña
Josefa Lago, nacida y vecina de las misma vecindad (hija de D. Manuel de Lago,
natural de San Román de Sajamonde, y D. Ángela Carreira, natural de la villa de
Redondela; nieta de Don Amaro de Lago y Dª Jacinta de Veiga, ambos de San Román
de Sajamonde), tuvo por hijo a el Ilustrísimo Señor Don Dámaso Iglesias Lago,
natural y vecino de Redondela, Canónigo magistral de la Catedral de Orense,
electo Canónigo Cardenal de Santiago, para cuyo honorífico cargo hizo pruebas
de limpieza de sangre (Orense, 1815), de las que extractamos la precedente
genealogía; fue además Obispo de Orense.
Este apellido pasó a la provincia
de Cáceres y más tarde se estableció en el sur de Badajoz.
Juan Eusebio Iglesias, natural y
vecino de Torrejoncillo, en 1730 Colegial en el San Ambrosio de la Universidad
de Alcalá.
Luís Lucas Iglesias, vecino de
Torrejoncillo, oficio de Escribano hasta 1765, y su hijo
Juan Eusebio Iglesias, nacido en
Torrejoncillo, tuvo también oficio de Escribano desde 1765.
El origen, significado e historia del apellido Iglesias de la casa de Santander es el siguiente: procedió Juan de Iglesias Botado, natural de Santander, esposo de doña Juana del Solar, de igual naturaleza, y ambos padres de Emeterio de Iglesias y del Solar, natural de Santander, que casó con Doña María Cotillo y Rivas, de la misma naturaleza (hija de Francisco Cotillo y de Doña Ana de Rivas, natural de Santander), y procrearon a Agustín de Iglesias y Cotillo, natural de Santander, Teniente Coronel del Regimiento de Milicias de Méjico y Caballero de la Orden de Santiago, en la que ingresó el 27 de Junio de 1768.
De la casa del lugar gallego de
Canagas fue:
Alberto Iglesias Martínez y Ruíz,
nacido en Canagas, que contrajo matrimonio con doña María Giraldes, de la misma
naturaleza, y fueron padres de:
Salvador Iglesias y Giraldes,
natural de Canagas que celebró su enlace con Doña Pascuala Rodríguez y
Fernández (hija de Silvestre Rodríguez y de Doña Pascuala Fernández Figueroa) y
tuvieron este hijo: Antonio Matías Iglesias y Rodríguez, natural de Canagas,
que pasó a Chile y fue amparado en su calidad de Hidalgo por la Real Audiencia
de Santiago, el 21 de Mayo de 1770. Casó en Chile con doña Dominga Bernal. Con
sucesión.
A Don Indalecio Núñez Iglesias,
que era Contraalmirante de la Marina, le fue concedida la Gran Cruz del Mérito
Naval con distintivo blanco el 6 de Enero de 1960, por Decreto.
Fernando Iglesias Calderón, nacido en 1856 y fallecido en 1942, era Embajador de Méjico en Washington en el año 1916.
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Desarrollo de la historia y escudo principal de Rodríguez:
El apellido Rodríguez es un apellido patronímico, derivado del nombre propio Rodrigo.
Su punto de origen parece ser Asturias y, en general, el norte de la Península. Cuantos sostienen esta opinión se basan en el rey don Rodrigo, a quien hacen uno de los primeros de este nombre.
No obstante lo anterior, otros mantienen la opinión de que este nombre, Rodrigo, fue españolizado ya que el original del monarca visigodo era Rodrerich. De todos modos, como sea que ante la historia y para todos los efectos el que consta es el de Rodrigo, a él nos atendremos.
Posiblemente, durante la monarquía visigoda hubo otros con este nombre, pero esto, en realidad, es lo que menos importa. También es cierto que, durante y después de la reconquista e incluso actualmente, este nombre, Rodrigo, se mantiene diferenciándose del apellido Rodríguez.
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Examinemos, pues al
primer Rodrigo para más tarde estudiar las raíces del apellido: Tenemos a un
don Rodrigo, rey visigodo de Hispania. ¿Se tomó de este personaje el nombre
para que, con el paso de los años, se convirtiera en apellido?. En primer
lugar, convendría saber de quién estamos hablando.
Raíces del apellido Rodríguez
¿En qué raíces se funda el nombre de Rodrigo?. ¿Acaso en la voz latina «rodrigón»?. ¿Y qué significado tiene esta voz?. Rodrigo, en Castellano, significa un resultado entre las voces latinas «rudica» y «ridica», y «rodrigón» que viene de «rodriga» es la vara, palo o caña que se clava al pie de una planta y sirve para sostener, sujetos con ligaduras, sus tallos y ramas. Claro que también solía aplicarse al criado viejo que servía para acompañar señoras. Pero fijémonos en la voz primera, «rodrigón». ¿Puede suponerse que, en determinada época cierto personaje muy ligado al poder real sirvió a este como sostén y consejero, que lo apoyó en todo y gracias a su esfuerzo el rey se mantuvo firme en el trono?.
En este caso, se tiene la tentación de suponer que, en un principio, ese nombre, Rodrigo proviene de un apodo, es decir de un «rodrigón», un valido real al que por su forma de proceder se le apodó de tal forma y que, con el tiempo, como tantos y tantos apellidos, por no decir todos, partió de un mote y se convirtió en el Rodrigo. ¿Qué algún antepasado del rey de este nombre ejerció como «rodrigón»?. Habrá que tener muy en cuenta que la biografía de este rey proviene casi toda ella de fuentes árabes y que no es poco el elemento legendario que en la misma puede encontrarse.
Los primeros Rodríguez
Al parecer, Rodrigo era un noble visigodo (allá por el año 710) que a la muerte del rey Witiza consiguió ser elegido para el trono al contar con la mayor parte de la nobleza visigoda, en perjuicio de quien tenía más derechos a la Corona que él, que era Ahkila, el hijo del monarca fallecido.
Por tanto, ya tenemos un «rodrigón» que a cambio de colmar a la nobleza visigoda de privilegios, se apoyó en ésta para escalar el trono. Pero ocurrió que el legítimo rey, Ahkila, no se conformó con la maniobra y también contaba con partidarios, lo que llevó prácticamente a la división del reino. La Bética, la Lusitania y la Cartaginense, apoyaron a Rodrigo.
La Tarraconense y la Narbolense siguieron, en la práctica, las consignas de Ahkila. Fue en ese momento cuando este último entró en contacto con los dirigentes árabes del norte de Africa, buscando en ellos unos auxiliares que le ayudaran a derrotar a su rival.
Existe la tradición
históricamente poco comprobada, de cierto conde don Julián, al que algunos
hacen gobernador de Ceuta o, señor de Cádiz, se puso de acuerdo con los
musulmanes y estos desembarcaron en Algeciras. El rey Rodrigo se enfrentó a
ellos en la batalla de Gudalete y parece ser que, traicionado por gran parte de
su ejército cuyo mando había confiado a los parientes de Ahkila, sucumbió en la
batalla. Pero posteriormente a este Rodrigo, hubo muchos otros, y es tarea
imposible fijar con exactitud cual de ellos dió origen al apellido Rodríguez.
Por los datos que se pueden obtener, lo único que está en nuestra mano señalar,
es que los primeros de este apellido aparecen en la zona norte de España. Con
toda sinceridad, debemos decir que ignoramos el lugar exacto.
Nobleza del apellido Rodríguez
Lo único que está a
nuestro alcance es informar que fueron muchos los de este linaje que probaron
repetidamente su nobleza, en diversas épocas. Fueron numerosos los caballeros
que ingresaron en las Ordenes Militares, tales como Montesa, Alcántara,
Calatrava, Orden de Carlos III, etc. para lo cual establecieron las debidas
probanzas de hidalguía y nobleza de sangre ente las Reales Chancillerías de
Valladolid, Granada, Real Audiencia de Oviedo y Real Compañía de Guardias y
Marinas.
Títulos nobiliarios del apellido Rodríguez
Los títulos con los que cuenta este apellido son muy numerosos:
En el año 1.688, don Martín Rodríguez de Medina, fue creado Marqués de Buenavista.
Año 1.691, don Juan Antonio Rodríguez de Varcarcel, Marqués de Medina.
En 1.706, don Francisco Esteban Rodríguez de los Ríos, Marqués de Santiago.
Año 1.712, don Martín Rodríguez de la Milla, Marqués de Saltillo.
En el año 1.713, don Sebastián Antonio Rodríguez de Madrid, Marqués de Villamedina.
Año 1.730, don Francisco Rodríguez Chacón, Marqués de Iniza.
En 1.732, don Bernardo Rodríguez del Toro, Marqués del Toro.
Año 1.749, don Manuel Rodríguez y Saenz de Pedroso, Conde de San Bartolomé de Jala.
En 1.771, don Alonso Rodríguez Valderrábano, Marqués de Trebolar.
Año 1.780, don Pedro Rodríguez de Campomanes, Conde Campomanes.
En 1.797, don José Rodríguez, Conde del Parque.
Año 1.866, don Fernando Rodríguez de Rivas, Conde de Castillejos de Guzmán.
Los Rodríguez en América
Los diferentes linajes del apellido Rodríguez no podían estar ausentes en la conquista de América y así, la historia cita a don Juan Rodríguez Suárez, nacido en Mérida y muerto en Venezuela en el año 1.561, participó en todas las campañas que se llevaron a efecto en el Nuevo Reino de Granada, y tomó parte en la conquista de Pamplona población de la que posteriormente fue alcalde en el año 1.558, en la región de las Sierras de Mérida, fundó la población de Santiago de los Caballeros, pasando luego a ser teniente gobernador de la provincia de Caracas, desde donde emprendió la conquista de las tierras ocupadas por los nativos «teques» donde se distinguió por su valor, pero enfrentado al caudillo Guaicaipuro, murió a manos de éste.
Este apellido, Rodríguez, se encuentra actualmente muy extendido por toda la América de habla hispana, donde se encuentran numerosos personajes del mismo que se destacaron en la política, la literatura, la abogacía y las artes.
Escudo primitivo de Rodríguez
ARMAS: En campo de gules, un aspa de oro, acompañada en cada hueco, de una flor de lis de plata.
CARACTERÍSTICAS: Los esmaltes simbolizan: ORO: Nobleza, Magnanimidad, Riqueza, Poder, Luz, Constancia y Sabiduría. PLATA: Pureza, Integridad, Obediencia, Firmeza, Vigilancia, Elocuencia y Vencimiento. GULES: Color rojo que simboliza Fortaleza, Victoria, Osadía, Alteza y Ardid. Las Flores de Lis simbolizan el Ánimo Generoso, que, por agravios recibidos devuelve beneficios repetidamente. El Aspa simboliza el estandarte o guión del caudillo invicto en los combates.
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Según Julio de Atienza, en su “Nobiliario Español”, y todos los genealogistas, este es un apellido patronímico derivado del nombre Día o Diego. De él existieron tantas familias que, por lógica natural, no tienen relación entre sí, aunque todas provengan de un mismo tronco. Aunque sí podemos facilitar el dato de que los linajes más antiguos que se conocen de este apellido provienen del reino de León, y fue de este lugar del que sus caballeros partieron para tomar parte en la Reconquista.
Hay una rama de este linaje, la del Señorío de Molina, que parte de don Alfonso Díaz, uno de los trescientos caballeros cristianos que conquistaron la plaza de Baeza, en unión a los Condes de Lara.
Son muy numerosas las ramas del apellido Díaz que probaron su limpieza de sangre y nobleza para poder ingresar en las Ordenes Militares, en las Reales Chancillerías de Valladolid y Granada, así como en la Real Audiencia de Oviedo.
Los de este linaje cuentan como títulos nobiliarios con los del Marquesado de Castro Jarillos (1797), de Dilar (1886), de Fontanar (1732) y de Villarvel Viestre (1768), así como el Condado de Malladas (1885).
Don Rodrigo Díaz de Vivar
El apellido Díaz trae inmediatamente a la memoria el nombre de don Rodrigo Díaz de Vivar, el famoso «Cid Campeador». Al Díaz de su apellido sucede «de Vivar», pero esto se refiere al lugar de su nacimiento, el castillo de Vivar en la villa del mismo nombre, propiedad de su padre, el Conde don Diego Laínez, en la provincia de Burgos. Y esto viene a confirmar cuanto se dijo al comienzo, que el apellido Díaz muy bien puede venir del nombre propio Diego, si se tiene en cuenta que tal era el correspondiente del «Cid Campeador». Por tanto, el Diego paterno se convirtió en el Díaz en el hijo.
ARMAS: En campo de plata, un león rampante de gules, llevando en su garra diestra un bastón de oro perfilado de sable; bordura de gules, con cinco flores de lis de oro.
CARACTERÍSTICAS: Los esmaltes simbolizan: ORO: Nobleza, Magnanimidad, Riqueza, Poder, Luz, Constancia y Sabiduría. PLATA: Pureza, Integridad, Obediencia, Firmeza, Vigilancia, Elocuencia y Vencimiento. GULES: Color rojo que simboliza Fortaleza, Victoria, Osadía, Alteza y Ardid. SABLE: Color negro que simboliza Prudencia, Tristeza, Rigor, Honestidad y Obediencia. El León simboliza el Espíritu Generosamente Guerrero, adornado de las cualidades de Vigilancia, Dominio, Soberanía, Majestad y Bravura.
Cuando se habla de Heráldica, se hace inevitable la referencia a Nobleza, Caballeros, Hidalgos, Infanzones, Hijosdalgo, etc. etc., dado que estos conceptos son inseparables de la materia a tratar. Para comprender cómo, cuándo y por qué se inician estos nombres y su significado, se hace imprescindible el estudio de determinadas épocas.
El Marqués de Lozoya, en su «Historia de España» dice: «Lo que principalmente caracteriza esta nueva etapa es que, en una paz relativa, los reinos cristianos pueden ir consolidando una organización política y social cada vez más complicada. Las monarquías no son ya el puesto de mando de un pueblo siempre en armas y los reyes dejan de ser caudillos en que se concentran todos los poderes. El predominio de la nobleza se hace más grande cada día y crece también la fuerza de los Concejos, verdaderos señoríos de una ciudád o de una villa sobre un determinado territorio. Nuevos poderes (las dignidades eclesiásticas, las nuevas Ordenes Militares, etc) hacen cada vez más difícil el juego político.
La gran nobleza, poseedora de inmensos territorios, señora de los parajes más fuertes, de los castillos más propios para la defensa y de innumerables vasallos prestos a acudir a su llamada, es elemento principalísimo en el juego político y social de la nueva Edad. Acaso el origen de esta clase está en los magnates godos que emigraron al Norte y que, al constituirse en directores del movimiento emancipador (la Reconquista) recibieron como premio inmensos territorios. Su relación con el rey es estrecha y constante. Ellos desempeñaban los cargos de Condes y de potestades y formaban parte de su íntimo Consejo. Entre sus hijas se escogían, a veces, las reinas y los hijos de estos grandes señores se criaban en Palacio y se llamaban Infantes como los de los reyes».
No puede hacerse mejor definición de la nobleza de aquel tiempo.
Efectivamente, el poder de ésta era inmenso y baste citar el episodio de aquellos nobles que, enfrentados a su rey, muestran su soberbia al decirle en pleno rostro: Cada uno de nosotros vale tanto como vos y juntos más que vos».
Sus hijos eran, pues, Infantes. En cuanto a ellos eran llamados «Ricoshombres», lo que fácilmente se traduce por sus inmensas fortunas. Pero existía también otra clase social que, aunque vástagos de grandes linajes, no poseían los cuantiosos bienes que los ricoshombres. Estos eran los Infanzones que, en no pocas ocasiones alcanzaron la fortuna a través de sus proezas y valeroso arrojo en las en las batallas de cualquiera de las muchas guerras.
Menéndez Pidal dice que estos dos estamentos constituían la verdadera nobleza y afirma que en tanto el elemento eclesiástico preconizaba la idea de una monarquía nacional, los nobles preferían no encontrarse sujetos al rey como a una potestad de origen conferido por Dios, sino obligados por un vínculo personal prestado libremente. Las relaciones entre ambos podían cesar en cualquier momento y por disposición de una de las dos partes. Si el rey desterraba al vasallo, este tenía la facultad de retirarle al monarca su juramento de fidelidad e irse a servir a otro señor que se acomodase más a sus intereses.
No obstante, existía otra clase de servidores reales, los Caballeros. Obligado por las necesidades militares, el rey no tenía más recurso que conceder exenciones y privilegios a los hombres libres que tuvieran hacienda suficiente para adquirir armas y caballos. Así nació lacategoría de Caballero.
Y hay otra dignidad, la de Hidalgo. Por regla general, estos no ganan sus títulos en los campos de hatalla. Son, más bien, propietarios campesinos que, de una u otra forma, han prestado algún servicio a la Corona. Se constituye así la nobleza rural. Cierto que también se va formando una aristrocracia ciudadana cuyo poder llega a ser extraordinario puesto que, a través de los Concejos, llegan a tener en sus manos el gobierno de una ciudad o comarca.
Al igual que los caballeros, los hidalgos vienen a formar un estrato más en la jerarquía nobiliaria. aunque en numerosas ocasiones la hidalguía no haya formado parte, en sus principios, de una auténtica nobleza. Esta clase social llegó a ser muy numerosa (en una población de apenas nueve millones de habitantes se llegó a contar con más de setecientos mil hidalgos) dándose el caso de que en muchos pueblos de las provincias de Alava, Santander y Logroño, todos los vecinos de bastantes pueblos ostentahan la categoría de hidalgos. Esto ocurría en el Norte porque conforme se iba bajando hacia el Sur, la clase social hidalga se iba haciendo más reducida.
«El rey puede hacer caballero, pero no fijosdalgo» escribía en el siglo XV Mosén Diego de Valera. Y esto era porque el hidalgo se sentía orgulloso de haber alcanzado tal dignidad a causa de la limpieza de su sangre. Lo ue no impide que en los patrones de aquel tiempo se encuentren numerosos hidalgos ejerciendo los oficios más humildes, o hasta declararse pobres de solemnidad.
De cómo la alta nobleza española colaboraba en las empresas de su rey, basta un ejemplo: al plantearse la conquista de Mallorca, aportaron, lo que sigue, los siguientes nobles:
Guillermo de Moncada, Conde Bearn, contribuyó con 400 caballeros totalmente equipados.
Nuño Sanz, Conde de Rosellón, con lO0 caballeros asimismo totalmente equipados.
Y en 1.287, al plantearse la campaña menorquina, estas son las aportaciones de la nobleza: Conde de Ampurias: Contribuye con 50 caballeros, 200 infantes y lO0 arqueros.
Conde Cardona: Contribuye con 100 caballeros y 300 lanceros.
Conde de Prades: Contribuye con lO0 caballeros y 100 infantes.
Conde de Urgen: Contribuye con 500 infantes.
Vizconde de Rocaforte: Contribuye con 200 caballeros.
Y de cómo, cuando les convenía, estos nobles respetaban o desobedecían la autoridad real, basta un ejemplo: El rey don Jaime I, tuvo, por conveniencias del momento, que llegar a un acuerdo de concordia y paz en buena armonía con el rey moro de Valencia, Cid Abu Zeid, para imponer una tregua entre ambos, ya que las arcas reales se resentían de los efectos de la guerra.
Cuando regresaba camino de Zaragoza se encontró con uno de sus ricoshombres que hacía el camino contrario.
No era otro que don Pero de Ahones, que había decidido, por su cuenta y riesgo, hacer la guerra a los moros, de los reinos colindantes, buscando más tierras de las que apoderarse y así ampliar sus dominios. El rey Jaime, esclavo de su palabra, le intimó a que desistiera de sus propósitos, dado que él había fijado una tregua y, no era cosa de honor, romperla.
Don Pero se negó a ello, de modo que el rey quiso prenderlo, pero tal cosa era más fácil de decir, que de hacer, porque las huestes del noble eran más numerosas que las del soberano. Total, que el rey se trabó en lucha con su vasallo y pudo vencer en la lid.
Hidalgo es en su definición «aquella persona que por su sangre
pertenece a una clase noble y distinguida».
¿Cuál es el origen de los hidalgos?. Comencemos por la denominación de
«Hijosdalgo» es decir «Hijos de algo», esto es, que sus ascendientes
se hubieran distinguido por sus hechos o por su posición. Que hubieran tenido
«algo». La etimología de la palabra está perfectamente clara.
Primitivamente en los reinos de Castilla y León, los hidalgos se conocieron con el nombre
de «infanzones», voz que fue quedando en desuso hasta que sólo quedó en
Aragón. Pero unos y otros, los hidalgos castellanos y los infanzones aragoneses
dependían directamente del rey.
En Castilla existió una muy amplia legislación sobre los hidalgos, comenzando por el
Fuero viejo, calificado como el «Código de los Hijosdalgo», y siguiendo con el
Fuero Real, las leyes de Partidas, el Ordenamiento de Alcalá y la Novísima
Recopilación.
La hidalguía, según las Partidas, es «la nobleza que viene a los hombres por su
linaje». En Castilla, la hidalguía, en contraste con las costumbres francesas, sólo
se trasmitía por linaje de varón. Los hidalgos eran conocidos por diversas clases,
siendo los más importantes aquellos de «solar reconocido», o de casa
solariega» que pregonaba la nobleza e importancia de sus ascendientes.
A los que tomaron parte en la Reconquista y alcanzaron la dignidad de hidalgos, se les
denominaba «primarios» y «secundarios» a los que después se
establecieron ya en tierras conquistadas.
Entre los privilegios que el rey concedía a los hidalgos, el principal era el de «no
pechar», esto es, lo que equivalía a no pagar tributos a la Corona. Esta fue la
causa de que estas Chancillerías de la época se conserven multitud de pleitos entablados
entre diversos personajes que se afanaban en poder demostrar su condición de hidalgos
porque a veces era muchísimo más importante quedar exento de pagos y tributos, que
demostrar que se era de estado noble.
La nobleza y aún el ejercicio de modestísimos oficios, no derogaba la hidalguía. En
muchos pueblos existieron hidalgos que eran labradores, zapateros, comerciantes y hasta
«pobres de solemnidad». Y junto a ellos convivían otras personas que eran
ricas, que poseían bienes y que, sin embargo, eran «pecheros» tenían que pagar
los tributos «y todas sus haciendas no les bastaban para alcanzar la
hidalguía».
Los hidalgos pertenecían, en su gran mayoría, a las clases medias, y por lo general,
seguían el nivel de riqueza de las regiones en las que estaban establecidos. Sería muy
aventurado decir que la pobreza fuera general entre los hidalgos, pero que no nadaban en
la abundancia queda destacado por un escritor de nuestro siglo en su «España vista
por los extranjeros». A este respecto, en lo que se refiere a los hidalgos
castellanos dice: «La hora de comer se acerca; la señora aguarda; el hidalgo a su
casa. Los caballeros nobles no tienen nada en sus casas, hay que comprar al día las
vituallas. Torna a salir el hidalgo y compra para los tres -amo, señora y criado- un
cuarto de cabrito, fruta, pan y vino. Modestísima es la comida. No alcanza más la
hacienda de un caballero castellano».
Y este hidalgo aún puede considerarse entre los afortunados porque al menos aunque poco,
ha podido adquirir alimentos por modestos sean. Otros, ni eso podían, al estar sumidos en
la más absoluta miseria. Los hidalgos del siglo XVII se dividían en tres grupos,
claramente diferenciados entre sí:
– Los terratenientes de modestos predios que vivían de su hacienda.
– Los hijos de familias arruinadas, o los que alcanzaron la hidalguía por el número de
hijos que hubieron de emplearse como labriegos o declararse pobres de solemnidad.
– Aquellos que para huir de la miseria se enrolaban en el Ejército. El pueblo español
siempre se ha caracterizado por su ingenio. Ocurre que para alcanzar la dignidad de
hidalgo, o lo que es igual, librarse de la pesada carga de los tributos, impuestos y pagos
al Tesoro Real, existía un medio en el que nada tenía que ver la sangre y sí la
bragueta, hasta el punto que, a aquellos que conseguían la ansiada dignidad, se les
denominó así «hidalgos de bragueta».
El procedimiento no podía ser más simple: consistía en demostrar ante las Reales
Chancillerías encargadas de solventar los pleitos de nobleza y probanza de limpieza de
sangre, que se habían tenido como hijos a siete varones seguidos naturalmente en
legítimo matrimonio. Los que se engendraban fuera de tan sagrado vínculo no se tenían
en cuenta. Un hombre podía tener no un hijo, sino veinte con otra mujer que no fuera su
esposa y para nada le valía si lo que pretendía era alcanzar la condición de hidalgo.
Ahora bien, si podía demostrar palpablemente y sin la menor duda de que su mujer
legítima había parido siete hijos varones y él era el padre con eso bastaba para que se
le extendiera la oportuna documentación que lo acreditaba como hidalgo. Y no importaba
que el solicitante fuera humildísimo, que no tuviera ni un maravedí, que fuera pobre de
solemnidad y aún mendigo o que fuera un total analfabeto, sus siete hijos varones lo
convertían en hidalgo y con ello naturalmente, se le terminaban apuros y agobios para el
pago de los onerosos tributos al Tesoro.
Esto explica que en la España del Siglo XVIII, con nueve millones escasos de habitantes
existieran nada menos que seiscientos mil hidalgos. O sea que aquel que no lo fuera a
nadie podía culpar de no serlo. Bastaba con la procreación y tener a su esposa en los
mejores años de su vida, en un embarazo casi perpetuo. Siete hijos y a otra cosa. Pero
¡ojo! tenían que ser varones, las hembras no contaban. Desde un punto de vista moderno
este hecho se puede enjuiciar como un premio a la natalidad. Algo semejante a los
beneficios de que gozan las familias numerosas de nuestros días.
Aquel que quería ser hidalgo lo único que tenía que hacer era «empreñar»
(usando la terminología de la época) a su mujer siete veces y rogarle al Santo de su
devoción que en las siete ocasiones los hijos venidos al mundo fueran varones, y si estos
no era seguidos, y por medio se metía una hembra, la alegría podría traducirse en
llanto y crugir de dientes.
Quizás de ahí viene aquel refrán de «mala noche y encima parir hija».
Como es natural, la nobleza de sangre nunca estuvo muy de acuerdo con este tipo de
concesión de hidalguía. Que el noble cuya dignidad le venía por los méritos guerreros
hechos por sus antepasados y presumiera de su limpieza de sangre se cruzara en la calle de
su pueblo con un porquerizo llevando una piara de cerdos que, por haber tenido siete hijos
seguidos poseía la misma dignidad que él, debía ser cosa harta de soportar para el
primero. La nobleza entendía que para alcanzar la concesión de hidalguía debía
llegarse por otros cauces y siempre mantuvo una línea de conducta en la que, a pesar de
cédulas de reconocimiento, en lo que a ella respecta no reconocía a los hidalgos
procreadores a los que despectivamente se les denomina como «hidalgos de
bragueta», y es que el número de estos llegó a ser excesivo, existiendo regiones
como Cantabria donde proliferaron tanto que se llegó a decir que todos sus habitantes
eran hidalgos. La nobleza sostenía que la medida era perjudicial para los intereses de la
Corona puesto que con tantos «hidalgos de bragueta», se reducían los ingresos
del Tesoro Real, al estar exentos de los tributos. Más como nada podía hacer para
impedir que determinado individuo «empreñara» a su mujer cuantas veces le
viniera en gana y ella se dejara, lo que hizo fue poner a los «hidalgos de
bragueta» cuantos impedimentos podía con el fin de impedirles llegar a las Órdenes
Militares o a otras instituciones de elevado rango que debían reservarse exclusivamente a
los hidalgos solariegos y de sangre.
Los «bragueteros» sostenían, por el contrario, que ellos eran tan hidalgos como
los otros y de ahí los numerosos pleitos que, como ya dejamos indicado, se promovían en
las distintas Chancillerías y Audiencias Reales. Los hidalgos de sangre, ya que no
podían hacer otra cosa, ponían todo su empeño en enredar de tal modo el asunto que la
decisión final de reconocimiento de hidalguía al «braguero» tardara años y
más años en solucionarse ya que mientras esto no ocurriera, el solicitante estaba
obligado a seguir pagando los tributos.
Estas demoras eran fatales para los que aspiraban a la obtención de la hidalguía por
medio de la bragueta. Al hidalgo castellano, y basta con consultar la novela de la época,
siempre se le representa como arruinado y viviendo en la más absoluta penuria. Lo curioso
del caso es que, apenas alcanzaba la condición de hidalgo, y aunque rabiara de hambre y
no tuviera para dar de comer a los siete hijos engendrados para conseguir la ansiada
dignidad, se mostraba de inmediato orgullosísimo de su estado social y ya no quería
ejercer oficios que antes sí practicó, juzgando como una deshonor el trabajo, hasta que
el rey Carlos II decretó que la hidalguía era perfectamente compatible con el ejercicio
del comercio u otras actividades artesanas que no degradaban, ni menoscababan al hidalgo
que las ejerciera. A partir del siglo XVIII se fue acelerando el proceso de
descomposición de una clase que ya no tenía sitio alguno en el nuevo contexto social y
económico.
Los hidalgos desaparecieron definitivamente como grupo social en los primeros años del
siglo XIX.
Heráldica viene de Heraldo. Ahora bien, para conocer la primera forzoso
será saber qué eran y qué significaban los segundos.
Se trataba de unos caballeros, siempre de la nobleza más acreditada, encargados de dictar
las leyes a las que debían ajustarse los torneos o justas, así como del examen de los
méritos de aquellos que deseaban participar en los que hoy en día se denominarían
«Juegos» entre caballeros.
Los heraldos eran jueces que ordenaban los torneos con la potestad, por mandato real, de
dictaminar sobre todo aquello que se refiriera al torneo, siendo sus decisiones
inapelables.
Entre sus obligaciones estaba la de examinar concienzudamente los títulos de nobleza
correspondientes a los caballeros, investigando sobre sus armas y el derecho que poseían
a llevar en sus escudos determinados motivos heráldicos.
Se daba el caso de que los emblemas propios de una familia noble por lo general se
elegían de un modo arbitrario, al gusto y capricho del que deseaba usarlos. Siendo
hereditarios, pronto se vio la necesidad de registrarlos y de establecer unas normas para
el uso del blasón. Los escudos de los guerreros, por el contrario de los familiares,
siempre se basaban en algún hecho de armas intentando fijar el recuerdo de la hazaña
llevada a efecto y que a través de los descendientes, inmortalizara la acción.
La utilización del blasón, las reglas a que debían ajustarse los caballeros y la
organización de los torneos y justas fue el cometido otorgado a los heraldos. Los torneos
o justas consistían en unos ejercicios caballerescos mediante el combate entre dos
caballeros y en el que ambos contendientes ejercitaban su destreza en las armas. Por lo
general, este tipo de competiciones era organizado con ocasión de alguna fiesta solemne,
como por ejemplo, la coronación de un rey y se basaba en el entrenamiento de los
competidores en ejercicios guerreros. Los caballeros combatían a caballo en palenques con
cercados de madera y separados por una valla para que las cabalgaduras no pudieran chocar.
El arma consistía en lanza preparada convenientemente para que no pudiera herir al
adversario, ya que de lo que se trataba era de propinarle un golpe lo suficientemente
fuerte para derribarle del caballo. El que caía se declaraba vencido sin que por eso su
honor sufriera menoscabo alguno.
Pero bien es verdad que por muchas precauciones que se tomaran, siempre se producían
incidentes, alguno mortal, como el sucedido al rey de Francia Enrique II.
Durante un torneo celebrado en honor de la llegada de la que más tarde sería reina de
Escocia, María Estuardo, que iba a contraer matrimonio con el delfín de Francia, el rey
Enrique quiso participar en el torneo enfrentándose al jefe de la guardia escocesa de la
futura reina, el conde de Montgomery, con tan mala suerte que la lanza de éste, a pesar
de carecer de punta de acero, fue a penetrar por una de las rendijas del casco del monarca
y la madera atravesó un ojo del rey, lo que provocó no sólo su caída del caballo, sino
su muerte. Por cierto, este desgraciado suceso ya había sido predicho por el célebre
astrólogo Michael de Notre Dame, más vulgarmente conocido como Nostradamus.
Los emblemas de los caballeros que participaban en los torneos no sólo se ostentaban en
sus escudos. Cada uno tenía su propia tienda de campaña donde se colocaban sus
armaduras. En la puerta de esta tienda se clavaba una lanza en cuyo extremo ondeaba un
guión o banderín con las armas de su propietario. También en las gualdrapas de los
caballos se hacían ostentar los blasones del jinete.
Todos estos detalles, así como las ceremonias previas al torneo, la proclamación de los
caballeros que iban a competir, las reglas a que debian ajustarse y cuanto se relacionaba
con la justa, eran misiones exclusivas de los heraldos.
Por regla general, en una época tan caballeresca como la Edad Media, los caballeros que
tomaban parte en los torneos lo hacían bajo el apadrinamiento de una dama a la que le
dedicaban sus triunfos, caso de producirse.
Los torneos podían celebrarse, y de hecho así se hacía, en época de guerra, entre
caballeros pertenecientes a los dos bandos en lucha. Cuando esto sucedía, quedaban
paralizadas las operaciones bélicas, eligiéndose, de mutuo acuerdo, un heraldo encargado
de dictar las reglas del torneo. Esto ocurrió, por citar un solo ejemplo, durante las
Cruzadas cuando los soldados cristianos pusieron cerco a la fortaleza de San Juan de Acre.
Cinco caballeros cruzados se enfrentaron a otros tantos sarracenos, ante los muros de la
población. Pero cuando se daba este caso, el final era distinto al de los torneos de
ceremonia, ya que se utilizaban armas de combate y la lucha era a muerte.
En lo que respecta a los escudos, es conveniente decir que la Heráldica que estudia las
armas, o armerías, estas no se tratan de elementos de guerra para atacar o defenderse de
un posible enemigo, sino que se refiere a la insignia o blasón con el que quiere
identificarse el caballero, siendo por tanto, un emblema honorífico.
Los torneos, las justas y en general cuanto se refiere a la Heráldica alcanzaron su
apogeo en la época de las Cruzadas. En aquel tiempo de exaltación religiosa unido al
sentimiento guerrero en la esperanza de rescatar Tierra Santa del infiel, época de arte
grandioso y en ocasiones desbordante en que la nobleza y las Órdenes de Caballería
estaban en su apogeo, despertó la necesidad del blasón a fin de que los caballeros se
distinguieran unos de otros y fuera, al mismo tiempo, exponente de sus hazañas, así como
historia, tradición y memoria de los hechos heróicos llevados a cabo en el campo de
batalla y así ha quedo expuesto por G. Eysembach, en su «Historia del Blasón».
Dice: «El blasón, lenguaje misterioso, lengua ingeniosa y sorprendente, de uso
universal para la nobleza de la cristiandad, establecía entre todos los gentileshombres
una confraternidad heróica, era la piedra fundamental del edificio feudal, la cementa y
la llave de la bóveda -como dice un autor antiguo- de la jerarquía aristocrática».
El blasón fue sinónimo de valor, lealtad y arrojo. Una mala acción pudiera enturbiar su
limpia ejecutoria: era lo peor que podía sucederle a un caballero.
Todo esto era lo que debía examinar, enjuiciar y finalmente, dictaminar el heraldo. Quien
no reuniera las condiciones precisas, no podía participar en un torneo.
El blasón representaba no sólo una realidad, un signo de jerarquía, también era el
exponente de un oficio. Considerar su uso como un privilegio exclusivo de la nobleza
constituye un error.
Naturalmente que los artesanos, los pertencientes a los gremios no celebraban torneos,
pero esto no impedía que tuvieran sus propios escudos inherentes a los oficios que
practicaban y así no pocas veces estos blasones fueron esculpidos en piedra.
La Heráldica en sus múltiples manifestaciones, está ligada íntimamente con la
historia. Muchas veces para estudiar ésta se hace indispensable conocer la primera porque
a través de ella se adquieren no pocos conocimientos del tiempo pasado. La Heráldica se
encuentra absolutamente unida a la genealogía nobiliaria investigando el escudo de armas
de las familias nobles, unos escudos que en este caso se denominan Nobiliarios.
Una nobleza a la que se alcanza, casi siempre en los campos de combate y que fue pagada
con la sangre de aquel que obtuvo el derecho a ostentar un blasón.
La heráldica italiana fue introducida en la isla de Sicilia dominada por los Normandos, siguiendo a su expansión en la Inglaterra normanda, desde donde se extendió al resto de Italia. Comparada con la complejidad de la heráldica de Inglaterra, Alemania y España, la heraldica de Italia es más sencilla. Durante siglos el país estuvo dividido en varios, y no tenía una autoridad heráldica general para supervisar el uso de los escudos de armas hasta la Unificación del Reino de Italia en 1870. Así pues, hay una heráldica siciliana, heráldica calabresa, heráldica genovesa, heráldica napolitana, heráldica sarda, etc.
Para comprender esta diversidad de heráldica italiana, veamos un resumen de la historia de Italia:
Al morir el emperador Augusto, los grandes tiranos de Roma hacen su aparición, como Tiberio, el perverso Calígula, el tartamudo Claudio o el loco Nerón y con ellos y sus descendientes, comienza la degeneración del Imperio y se prepara su caída. Poco a poco el cristianismo va afianzándose, sobre todo en el siglo III, cuando empieza a ser tenido en cuenta. Es el momento de las grandes persecuciones. La situación política va de mal en peor, las invasiones de los bárbaros obligan a dividir el imperio nombrándose dos emperadores, uno para controlar la zona occidental y otro la oriental, a su vez, se nombran dos ayudantes de los emperadores con dignidad de césares. La situación era caótica. Fue Constantino quien conseguiría reunificar de nuevo el Imperio, gracias en buena parte, a su decisión de legalizar el cristianismo en el 313 d.C. a través del célebre «»Edicto de Milán»».
Con la muerte del emperador Constantino la situación tanto exterior como interior, ya muy deterioradas, se producen nuevas divisiones de poder y, las invasiones extranjeras que consiguen llegar al centro de Roma, acaban definitivamente con el Imperio Romano en el 476 d.C. La caída del Imperio no supone la finalización de las guerras. Aunque con el Sacro Imperio Romano formado por Carlomagno en 1174 se consigue una cierta estabilidad en la que la Iglesia, ya como estado, y el poder político conviven sin grandes diferencias, a la muerte del emperador todo se rompe y las luchas entre iglesia y estado no finalizan hasta 1122 con el Concordato de Worms.
Con la caída del feudalismo se crean las comunas italianas que suponen una profunda reestructuración de la economía, dando lugar a la aparición de una nueva clase social: la burguesía. Estos dos componentes consiguen que una nueva estructura económica y social se afiance en el norte del país, mientras que el sur permanece fiel a las antiguas estructuras. En 1454 con el Renacimiento y gracias a su filosofía se consigue un período de estabilidad al firmarse un pacto de no agresión entre los más grandes, Venecia, Florencia, los Estados Pontificios y Nápoles. Finalizado este período en el que las artes, las letras y las ciencias tuvieron un gran desarrollo, las guerras de nuevo acosan el territorio. Dominio de españoles primero y austriacos después, consiguen que se produzca un gran retroceso en todos los campos aunque durante el siglo XVIII se consigue vencer en zonas muy concretas como Nápoles y Milán.
El período napoleónico permite la creación de nuevas repúblicas y la desaparición de otras como Venecia, así como los Estados Pontificios. El resurgimiento de las monarquías absolutas, durante el Antiguo Régimen, consigue que aparezcan los primeros movimientos independentistas que actuaban en secreto. El Risorgimiento, con una sólida base intelectual y buenos estrategas como Garibaldi y Víctor Manuel, dieron como fruto las revoluciones nacionalistas de 1848 que aunque no consiguieron su objetivo, la independencia, sentaron las bases y consiguieron los apoyos internacionales necesarios para que a partir de 1859, durante la Segunda Guerra de Independencia, se liberarán Sicilia, Nápoles y algunas regiones aledañas al Piamonte, que a través de un plebiscito decidieron unirse creando el Nuevo Reino de Italia, completado con la anexión de Roma en 1870.
Como resultado, el país escapó a la sobre-elaboración de blasones recargados, cuya peor expresión estuvo en la heráldica cívica de la Inglaterra del siglo XIX, donde había escudos con hasta 132 cuarteles o divisiones internas. Muchas armas de la heraldica italiana mantuvieron una simplicidad medieval, a veces comprendiendo una simple cruz en un campo plano, o la división del escudo cortado o partido en dos colores, y como resultado también se veía una gran multiplicación de los mismos diseños de escudos de armas. La problemática historia de Italia está reflejada también en su Heráldica, influenciada por las oleadas de invasores alemanes, franceses, españoles y austríacos.
La Heráldica italiana evolucionó con características propias, algunas de las cuales tienen un paralelismo con el desarrollo del Renacimiento Italiano en las artes. La composición de muchas armas en la heráldica italiana es bastante pictórica, una composición muy común es un árbol y a la derecha o izquierda un león rampante o un perro atado con una cadena; en otros casos es una torre o un árbol con un pequeño pájaro en su parte superior. Un árbol nunca se representa como una planta que tiene hojas agrandadas y frutos soportados por un tronco corto, sino que se representará como el árbol verdadero con proporciones reales.
Formas de los escudos en la heráldica italiana: Se entiende por campo del escudo el espacio en el que se representan los colores (o esmaltes) y las figuras (o muebles) del escudo de armas. Cada país tenía formas particulares de representar sus escudos de armas. El más común de todos es el apuntado, usado en la Heráldica inglesa, francesa y también en la heráldica italiana. En la heráldica española el campo típico es el de medio punto (con el borde inferior semicircular).
En la heráldica italiana el más común era el «sannitico» (escudo casi cuadrado con los vértices inferiores redondeados y una pequeña punta en el medio más baja). Pero las características más distintivas de la heráldica italiana son el uso de campos de forma almendrada (formado por un círculo en la parte superior y un triángulo con el vértice hacia abajo en la inferior) y de «cabeza de caballo» (testa di cavallo). Este último deriva de la pieza de armadura que llevaban los caballos sobre su cráneo (sobre todo la frente), para protegerlos durante los Torneos y también en batalla, y que parece la cabeza de un caballo vista de frente. Otra forma de escudo especial de la Heráldica de Italia es el campo véneto que en su borde superior tiene en las puntas unas vueltas circulares (espiral) y en el centro termina en punta (como ornamento) y en la base era igual al apuntado. También se encuentran en Italia las formas triangular (triángulo equilátero con la punta hacia abajo) y acimerada (con forma de yelmo visto de perfil), ambas de influencia claramente alemana.
Los esmaltes en la heráldica italiana: La Regla de los esmaltes, que prohíbe juntar metal con metal y color con color, se respeta rigurosamente. En casos muy raros donde no se sigue esta regla, se coloca en el blasón de armas las palabras «per inchiesta» para indicar que el heraldo que registró las armas sabe que esto es una violación o excepción más que un error al blasonar o dibujar las armas. Otra particularidad de la heráldica italiana es que los esmaltes se describen en el blasón con palabras corrientes. Así el rojo es «rosso»; el azul «azzurro»; el verde «verde»; el negro es «nero»; el púrpura «porpora».
En la heráldica de Inglaterra, Francia y España los colores tienen nombres especiales: «Gules» para el color rojo; «Azur» (Azure en Inglaterra) para el azul; «Sable» para el negro; «Sinople» (con excepción de Inglaterra donde es «Vert») para el verde. Aparte de los colores, existen en la Heráldica italiana (como en el resto de las heráldicas nacionales) dos metales: Oro y Plata («Argento» en la Heráldica de Italia), además de dos pieles o forros que son el Armiño («Ermellino») y el Vero («Vaio»). Otros metales que se utilizan en Italia (generalmente no para el campo del escudo, sino para el yelmo exterior) son el Hierro («Ferro») y el Acero («Acciaio»). La mayor parte de los campos italianos tienen como esmalte principal el rojo (Gules) o el azul (Azur); los metales (Oro y Plata) son un poco menos frecuentes, el púrpura y el verde son bastante raros.
Las figuras en la heráldica italiana: Las figuras básicas o de honor (jefe, banda, barra, chevrón, palo, etc.) eran lo más común en las armas italianas, y difiere en su uso de aquellas de Inglaterra y Francia. El jefe (tercio horizontal superior del escudo) muchas veces representa una alianza política, las más frecuentes son el «jefe de Anjou» (capo d’Angio) que exhibe tres flores de lis (de Francia) de oro sobre fondo azul y un lambel rojo de cuatro pendientes de la Casa de Anjou, asociado con el partido Güelfo (derivado de Welfo, duque de Baviera) leales al Papa; el águila imperial negra del Sacro Imperio Romano Germánico o muchas veces un águila negra desplegada (capo dell’Impero), asociada con el partido Gibelino (derivado de los Hohenstaufen, señores de Waibling) leales al Emperador; el jefe de San Stefano (capo di S. Stefano) que era un campo de plata con una Cruz de Malta de rojo (gules), usado por los caballeros de la Orden de S. Stefano; o las llaves cruzadas de San Pedro y la triple tiara del Papa. Los dos primeros se hicieron evidentes en el campo de batalla en Benevento, Campania (año 1266), cuando se encontraron frente a frente.
Las familias italianas que dieron un Papa podían, además, exhibir en su escudo de armas un «ombrellino» de oro, una especie de sombrilla usada para cubrir a los dignatarios o soberanos. Las armas del Príncipe Odescalchi, la cabeza de una gran familia romana, por ejemplo, tenían un águila imperial en una faja y un ombrellino de oro sobre su escudo.
Ciertas figuras son mucho más frecuentes que otras en la heráldica italiana. Las estrellas y cometas abundan, generalmente de metal (oro o plata), las primeras son de seis puntas, a menos que el blasón indique otra cosa. Las torres, castillos e iglesias van normalmente en su color (al natural). Los montes saliendo de la base del escudo que son tan característicos de la Heráldica de Europa continental evolucionaron en piezas mas elongadas y de puntas semicirculares, uno sobre otro, usualmente en número de tres o cinco, creando una formación estilizada encontrada en muchas armas de la heráldica italiana. En las armas más antiguas los montes se representaban como montañas con tres o cinco cumbres (como en las armas de Sasso de la ciudad de Scala, Amalfi), usualmente de verde.
La Heráldica italiana utilizó también las armas papales, las más usuales son las llaves cruzadas de San Pedro (una de oro y otra de plata) y la tiara papal de tres niveles.
Entre la habitual colección de animales representados en Heráldica, el más común es el león representado en su forma rampante; y el águila representada generalmente desplegada (con sus alas abiertas). Entre las cargas distintivas de los blasones italianos se encuentra el buglio, un pez del Mediterráneo parecido a un bacalao pequeño. Muchos de los peces encontrados en Italia en la Edad Media y mencionados en blasones de armas se encuentran extintos en la actualidad. Los lebreles (galgos), liebres, mastines napolitanos y serpientes, se encuentran regularmente. El lagarto geco aparece en algunos escudos de armas, especialmente en Sicilia, donde son vistos durante el verano. El perro (cane) se representa normalmente como un lebrel, a menos que esté blasonado como «mastín» (mastino). Los ciervos y jabalíes pueden encontrarse ocasionalmente, sobre todo en las regiones Alpinas. Los animales fantásticos o mitológicos parecen haber desaparecido de los Armoriales Italianos, ocasionalmente se puede encontrar algún dragón o caballito de mar, hasta el unicornio es raro.
Las figuras humanas, brazos salientes y portando armas, aparecen en la heráldica italiana con cierta regularidad. Una figura que se encuentra en algunas armas italianas y que comparte sólo con la heráldica española es la cabeza de moro representada con un turbante.
La Heráldica de la Italia central está inevitablemente ligada a la Iglesia Católica; el Papa por siglos ha sido el soberano reinante de los estados papales así como la cabeza de la Iglesia. Las armas papales mismas con las llaves cruzadas de San Pedro, la triple tiara, y la combinación de dos metales, oro y plata, son probablemente el ejemplo más familiar de la Heráldica italiana.
Libros de heráldica italiana:
Los mejores tratados de heráldica italiana son:
* «Dizionario stórico-blasónico delle famiglie nobili e notabili italiane estinte e fiorenti», de Gofredo di Crollalanza. Este libro está disponible en CD-ROM de heráldica en el enlace http://www.heraldico.com/libros.htm
* «Enciclopedia Storico-Nobiliare Italiana», de Vittorio Spreti.
La pregunta para el profano en la ciencia heráldica es cuándo y en qué circunstancias, se origina la unión entre apellidos y armas, mediante el escudo. Y la respuesta ha venido teniendo diversas argumentaciones, dividiéndose, los autores especialistas en el tema en dos bandos:
Aquellos que remontan la heraldica a siglos antes de Jesucristo, sosteniendo que ya griegos y romanos hicieron uso de escudos y linajes y otros fijan el comienzo del uso de la heraldica a la época de las Cruzadas y los torneos.
A este respecto, unos autores de reconocida garantía como los hermanos García Carraffa, señalan en su obra «Ciencia Heráldica o de Blasón»: «Las armas o armerías fueron desde sus orígenes y hasta el siglo X solamente jeroglíficos, emblemas y caracteres personales y arbitrarios, pero no señales de honor o de nobleza que trascendiesen a la posterioridad y pasaran de padres a hijos. Este nuevo significado comenzaron a tomarlo las armerías en el siglo X y como consecuencia de los torneos, habiéndose regularizado su uso y perfeccionándose su método y sus reglas en los tres siglos siguientes. No obstante, como muy acertadamente observa la Gran Enciclopedia en su página 1.136, hasta el siglo XV, con el advenimiento de los reyes de armas, jueces y heraldos, no pudo desembarazarse la heráldica de los usos y tradiciones que tendían, desde mucho tiempo atrás, a constituirla. Fue entonces cuando adquirió las reglas precisas así como un lenguaje especial que permitiera describir, con la mayor exactitud, sin el auxilio de las figuras, las armerías más complicadas. En un principio, y durante mucho tiempo, fue la heráldica un arte esencialmente práctico a los heráldicos profesionales, pero a contar del siglo XVII, y mucho más en nuestros días, la heráldica ha ido tomando cuerpo entre las ciencias auxiliares de la historia y su conocimiento viene a ser indispensable al historiador, al arqueólogo y al biógrafo.
Costa y Turell, en su «Tratado completo de la Ciencia del Blasón» (Barcelona 1.858), una de las mejores obras de heraldica, dice:
«No debe creerse que el estudio de la ciencia del blasón es sólo útil y exclusivo para los nobles. Suponerlo sería cometer un grave error. Los historiadores, los poetas, los novelistas y, sobre todo, los escultores, los pintores y arquitectos, deben saber blasonar los escudos que les pidan y los que encuentren a su paso. Sin ésto, unos y otros caerán en los errores más cómicos y deplorables: cómicos cuando estos errores sólo sirven para demostrar las equivocaciones en esta materia y la ignorancia sobre la misma; deplorables cuanto pueden contribuir a deformar la verdad histórica».
En la heráldica, blasón y armería son términos heráldicos de igual alcance puesto que ambos responden a una misma idea y representan las insignias hereditarias compuestas de figuras y atributos determinados, concedidos por la autoridad o el príncipe en recompensa de determinado servicio y como marca o distintivo del linaje premiado.
No obstante, constituiría un error suponer que en la heraldica todos los escudos han sido en su origen significativos y otra equivocación atribuirles a todos el carácter de una merced regia o de un premio otorgado por una autoridad soberana. La inmensa mayoría de los escudos, fueron adoptados, libérrimamente, por los caballeros y sus linajes, aunque en la mayoría de los casos siguiendo las normas de la heraldica.
Es claro que en los primeros tiempos y sin existir norma alguna que especificase el uso y significado de cada elemento en la heraldica, los que aplicaban a sus escudos de guerra o al blasón de sus casas, figuras u objetos lo hacían a su libre albedrío y sin razón alguna que justificase, más que de una forma personal, la situación o emblema que se adoptaba. Por ello, es, en muchos casos, imposible para el heraldista, conocer el por qué de tal o cual símbolo que figura en determinado escudo, y aún mucho menos la razón de su situación dentro del mismo, a no ser que con posterioridad, y ya con la intervención de algún Rey de armas o heraldo, se corrigiese aviniéndose a las normas por las que se rige la HERALDICA.