? El apellido Rodríguez, origen, historia y escudos.

Desarrollo de la historia y escudo principal de Rodríguez:

El apellido Rodríguez es un apellido patronímico, derivado del nombre propio Rodrigo.

 Su punto de origen parece ser Asturias y, en general, el norte de la Península. Cuantos sostienen esta opinión se basan en el rey don Rodrigo, a quien hacen uno de los primeros de este nombre.

Escudo primitivo de Rodríguez, se estudia al final de este artículo.

 No obstante lo anterior, otros mantienen la opinión de que este nombre, Rodrigo, fue españolizado ya que el original del monarca visigodo era Rodrerich. De todos modos, como sea que ante la historia y para todos los efectos el que consta es el de Rodrigo, a él nos atendremos.

 Posiblemente, durante la monarquía visigoda hubo otros con este nombre, pero esto, en realidad, es lo que menos importa. También es cierto que, durante y después de la reconquista e incluso actualmente, este nombre, Rodrigo, se mantiene diferenciándose del apellido Rodríguez.

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 Examinemos, pues al primer Rodrigo para más tarde estudiar las raíces del apellido: Tenemos a un don Rodrigo, rey visigodo de Hispania. ¿Se tomó de este personaje el nombre para que, con el paso de los años, se convirtiera en apellido?. En primer lugar, convendría saber de quién estamos hablando.

Raíces del apellido Rodríguez

 ¿En qué raíces se funda el nombre de Rodrigo?. ¿Acaso en la voz latina «rodrigón»?. ¿Y qué significado tiene esta voz?. Rodrigo, en Castellano, significa un resultado entre las voces latinas «rudica» y «ridica», y «rodrigón» que viene de «rodriga» es la vara, palo o caña que se clava al pie de una planta y sirve para sostener, sujetos con ligaduras, sus tallos y ramas. Claro que también solía aplicarse al criado viejo que servía para acompañar señoras. Pero fijémonos en la voz primera, «rodrigón». ¿Puede suponerse que, en determinada época cierto personaje muy ligado al poder real sirvió a este como sostén y consejero, que lo apoyó en todo y gracias a su esfuerzo el rey se mantuvo firme en el trono?.

En este caso, se tiene la tentación de suponer que, en un principio, ese nombre, Rodrigo proviene de un apodo, es decir de un «rodrigón», un valido real al que por su forma de proceder se le apodó de tal forma y que, con el tiempo, como tantos y tantos apellidos, por no decir todos, partió de un mote y se convirtió en el Rodrigo. ¿Qué algún antepasado del rey de este nombre ejerció como «rodrigón»?. Habrá que tener muy en cuenta que la biografía de este rey proviene casi toda ella de fuentes árabes y que no es poco el elemento legendario que en la misma puede encontrarse.

Los primeros Rodríguez

Al parecer, Rodrigo era un noble visigodo (allá por el año 710) que a la muerte del rey Witiza consiguió ser elegido para el trono al contar con la mayor parte de la nobleza visigoda, en perjuicio de quien tenía más derechos a la Corona que él, que era Ahkila, el hijo del monarca fallecido.

Por tanto, ya tenemos un «rodrigón» que a cambio de colmar a la nobleza visigoda de privilegios, se apoyó en ésta para escalar el trono. Pero ocurrió que el legítimo rey, Ahkila, no se conformó con la maniobra y también contaba con partidarios, lo que llevó prácticamente a la división del reino. La Bética, la Lusitania y la Cartaginense, apoyaron a Rodrigo.

La Tarraconense y la Narbolense siguieron, en la práctica, las consignas de Ahkila. Fue en ese momento cuando este último entró en contacto con los dirigentes árabes del norte de Africa, buscando en ellos unos auxiliares que le ayudaran a derrotar a su rival.

 Existe la tradición históricamente poco comprobada, de cierto conde don Julián, al que algunos hacen gobernador de Ceuta o, señor de Cádiz, se puso de acuerdo con los musulmanes y estos desembarcaron en Algeciras. El rey Rodrigo se enfrentó a ellos en la batalla de Gudalete y parece ser que, traicionado por gran parte de su ejército cuyo mando había confiado a los parientes de Ahkila, sucumbió en la batalla. Pero posteriormente a este Rodrigo, hubo muchos otros, y es tarea imposible fijar con exactitud cual de ellos dió origen al apellido Rodríguez. Por los datos que se pueden obtener, lo único que está en nuestra mano señalar, es que los primeros de este apellido aparecen en la zona norte de España. Con toda sinceridad, debemos decir que ignoramos el lugar exacto.

Nobleza del apellido Rodríguez

 Lo único que está a nuestro alcance es informar que fueron muchos los de este linaje que probaron repetidamente su nobleza, en diversas épocas. Fueron numerosos los caballeros que ingresaron en las Ordenes Militares, tales como Montesa, Alcántara, Calatrava, Orden de Carlos III, etc. para lo cual establecieron las debidas probanzas de hidalguía y nobleza de sangre ente las Reales Chancillerías de Valladolid, Granada, Real Audiencia de Oviedo y Real Compañía de Guardias y Marinas.

Títulos nobiliarios del apellido Rodríguez

Los títulos con los que cuenta este apellido son muy numerosos:

  • En el año 1.688, don Martín Rodríguez de Medina, fue creado Marqués de Buenavista.
  • Año 1.691, don Juan Antonio Rodríguez de Varcarcel, Marqués de Medina.
  • En 1.706, don Francisco Esteban Rodríguez de los Ríos, Marqués de Santiago.
  • Año 1.712, don Martín Rodríguez de la Milla, Marqués de Saltillo.
  • En el año 1.713, don Sebastián Antonio Rodríguez de Madrid, Marqués de Villamedina.
  • Año 1.730, don Francisco Rodríguez Chacón, Marqués de Iniza.
  • En 1.732, don Bernardo Rodríguez del Toro, Marqués del Toro.
  • Año 1.749, don Manuel Rodríguez y Saenz de Pedroso, Conde de San Bartolomé de Jala.
  • En 1.771, don Alonso Rodríguez Valderrábano, Marqués de Trebolar.
  • Año 1.780, don Pedro Rodríguez de Campomanes, Conde Campomanes.
  • En 1.797, don José Rodríguez, Conde del Parque.
  • Año 1.866, don Fernando Rodríguez de Rivas, Conde de Castillejos de Guzmán.

Los Rodríguez en América

Los diferentes linajes del apellido Rodríguez no podían estar ausentes en la conquista de América y así, la historia cita a don Juan Rodríguez Suárez, nacido en Mérida y muerto en Venezuela en el año 1.561, participó en todas las campañas que se llevaron a efecto en el Nuevo Reino de Granada, y tomó parte en la conquista de Pamplona población de la que posteriormente fue alcalde en el año 1.558, en la región de las Sierras de Mérida, fundó la población de Santiago de los Caballeros, pasando luego a ser teniente gobernador de la provincia de Caracas, desde donde emprendió la conquista de las tierras ocupadas por los nativos «teques» donde se distinguió por su valor, pero enfrentado al caudillo Guaicaipuro, murió a manos de éste.

Este apellido, Rodríguez, se encuentra actualmente muy extendido por toda la América de habla hispana, donde se encuentran numerosos personajes del mismo que se destacaron en la política, la literatura, la abogacía y las artes.

Escudo primitivo de Rodríguez

Escudo primitivo del apellido Rodríguez

ARMAS:
En campo de gules, un aspa de oro, acompañada en cada hueco, de una flor de lis de plata.

CARACTERÍSTICAS:
Los esmaltes simbolizan: ORO: Nobleza, Magnanimidad, Riqueza, Poder, Luz, Constancia y Sabiduría. PLATA: Pureza, Integridad, Obediencia, Firmeza, Vigilancia, Elocuencia y Vencimiento. GULES: Color rojo que simboliza Fortaleza, Victoria, Osadía, Alteza y Ardid. Las Flores de Lis simbolizan el Ánimo Generoso, que, por agravios recibidos devuelve beneficios repetidamente. El Aspa simboliza el estandarte o guión del caudillo invicto en los combates.

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? El apellido Díaz

Historia y heráldica del apellido Díaz

Según Julio de Atienza, en su “Nobiliario Español”, y todos los genealogistas, este es un apellido patronímico derivado del nombre Día o Diego. De él existieron tantas familias que, por lógica natural, no tienen relación entre sí, aunque todas provengan de un mismo tronco. Aunque sí podemos facilitar el dato de que los linajes más antiguos que se conocen de este apellido provienen del reino de León, y fue de este lugar del que sus caballeros partieron para tomar parte en la Reconquista.

Hay una rama de este linaje, la del Señorío de Molina, que parte de don Alfonso Díaz, uno de los trescientos caballeros cristianos que conquistaron la plaza de Baeza, en unión a los Condes de Lara.

Son muy numerosas las ramas del apellido Díaz que probaron su limpieza de sangre y nobleza para poder ingresar en las Ordenes Militares, en las Reales Chancillerías de Valladolid y Granada, así como en la Real Audiencia de Oviedo.

Los de este linaje cuentan como títulos nobiliarios con los del Marquesado de Castro Jarillos (1797), de Dilar (1886), de Fontanar (1732) y de Villarvel Viestre (1768), así como el Condado de Malladas (1885).

Don Rodrigo Díaz de Vivar

El apellido Díaz trae inmediatamente a la memoria el nombre de don Rodrigo Díaz de Vivar, el famoso «Cid Campeador». Al Díaz de su apellido sucede «de Vivar», pero esto se refiere al lugar de su nacimiento, el castillo de Vivar en la villa del mismo nombre, propiedad de su padre, el Conde don Diego Laínez, en la provincia de Burgos. Y esto viene a confirmar cuanto se dijo al comienzo, que el apellido Díaz muy bien puede venir del nombre propio Diego, si se tiene en cuenta que tal era el correspondiente del «Cid Campeador». Por tanto, el Diego paterno se convirtió en el Díaz en el hijo.


ARMAS:
En campo de plata, un león rampante de gules, llevando en su garra diestra un bastón de oro perfilado de sable; bordura de gules, con cinco flores de lis de oro.

escudo del apellido Díaz


CARACTERÍSTICAS:
Los esmaltes simbolizan: ORO: Nobleza, Magnanimidad, Riqueza, Poder, Luz, Constancia y Sabiduría. PLATA: Pureza, Integridad, Obediencia, Firmeza, Vigilancia, Elocuencia y Vencimiento. GULES: Color rojo que simboliza Fortaleza, Victoria, Osadía, Alteza y Ardid. SABLE: Color negro que simboliza Prudencia, Tristeza, Rigor, Honestidad y Obediencia. El León simboliza el Espíritu Generosamente Guerrero, adornado de las cualidades de Vigilancia, Dominio, Soberanía, Majestad y Bravura.

Los Ricoshombres y los Infanzones

Cuando se habla de Heráldica, se hace inevitable la referencia a Nobleza, Caballeros, Hidalgos, Infanzones, Hijosdalgo, etc. etc., dado que estos conceptos son inseparables de la materia a tratar. Para comprender cómo, cuándo y por qué se inician estos nombres y su significado, se hace imprescindible el estudio de determinadas épocas.

El Marqués de Lozoya, en su «Historia de España» dice: «Lo que principalmente caracteriza esta nueva etapa es que, en una paz relativa, los reinos cristianos pueden ir consolidando una organización política y social cada vez más complicada. Las monarquías no son ya el puesto de mando de un pueblo siempre en armas y los reyes dejan de ser caudillos en que se concentran todos los poderes. El predominio de la nobleza se hace más grande cada día y crece también la fuerza de los Concejos, verdaderos señoríos de una ciudád o de una villa sobre un determinado territorio. Nuevos poderes (las dignidades eclesiásticas, las nuevas Ordenes Militares, etc) hacen cada vez más difícil el juego político.

La gran nobleza, poseedora de inmensos territorios, señora de los parajes más fuertes, de los castillos más propios para la defensa y de innumerables vasallos prestos a acudir a su llamada, es elemento principalísimo en el juego político y social de la nueva Edad. Acaso el origen de esta clase está en los magnates godos que emigraron al Norte y que, al constituirse en directores del movimiento emancipador (la Reconquista) recibieron como premio inmensos territorios. Su relación con el rey es estrecha y constante. Ellos desempeñaban los cargos de Condes y de potestades y formaban parte de su íntimo Consejo. Entre sus hijas se escogían, a veces, las reinas y los hijos de estos grandes señores se criaban en Palacio y se llamaban Infantes como los de los reyes».


No puede hacerse mejor definición de la nobleza de aquel tiempo.

Efectivamente, el poder de ésta era inmenso y baste citar el episodio de aquellos nobles que, enfrentados a su rey, muestran su soberbia al decirle en pleno rostro: Cada uno de nosotros vale tanto como vos y juntos más que vos».

Sus hijos eran, pues, Infantes. En cuanto a ellos eran llamados «Ricoshombres», lo que fácilmente se traduce por sus inmensas fortunas. Pero existía también otra clase social que, aunque vástagos de grandes linajes, no poseían los cuantiosos bienes que los ricoshombres. Estos eran los Infanzones que, en no pocas ocasiones alcanzaron la fortuna a través de sus proezas y valeroso arrojo en las en las batallas de cualquiera de las muchas guerras.

Menéndez Pidal dice que estos dos estamentos constituían la verdadera nobleza y afirma que en tanto el elemento eclesiástico preconizaba la idea de una monarquía nacional, los nobles preferían no encontrarse sujetos al rey como a una potestad de origen conferido por Dios, sino obligados por un vínculo personal prestado libremente. Las relaciones entre ambos podían cesar en cualquier momento y por disposición de una de las dos partes. Si el rey desterraba al vasallo, este tenía la facultad de retirarle al monarca su juramento de fidelidad e irse a servir a otro señor que se acomodase más a sus intereses.

No obstante, existía otra clase de servidores reales, los Caballeros. Obligado por las necesidades militares, el rey no tenía más recurso que conceder exenciones y privilegios a los hombres libres que tuvieran hacienda suficiente para adquirir armas y caballos. Así nació lacategoría de Caballero.

Y hay otra dignidad, la de Hidalgo. Por regla general, estos no ganan sus títulos en los campos de hatalla. Son, más bien, propietarios campesinos que, de una u otra forma, han prestado algún servicio a la Corona. Se constituye así la nobleza rural. Cierto que también se va formando una aristrocracia ciudadana cuyo poder llega a ser extraordinario puesto que, a través de los Concejos, llegan a tener en sus manos el gobierno de una ciudad o comarca.

Al igual que los caballeros, los hidalgos vienen a formar un estrato más en la jerarquía nobiliaria. aunque en numerosas ocasiones la hidalguía no haya formado parte, en sus principios, de una auténtica nobleza. Esta clase social llegó a ser muy numerosa (en una población de apenas nueve millones de habitantes se llegó a contar con más de setecientos mil hidalgos) dándose el caso de que en muchos pueblos de las provincias de Alava, Santander y Logroño, todos los vecinos de bastantes pueblos ostentahan la categoría de hidalgos. Esto ocurría en el Norte porque conforme se iba bajando hacia el Sur, la clase social hidalga se iba haciendo más reducida.

«El rey puede hacer caballero, pero no fijosdalgo» escribía en el siglo XV Mosén Diego de Valera. Y esto era porque el hidalgo se sentía orgulloso de haber alcanzado tal dignidad a causa de la limpieza de su sangre. Lo ue no impide que en los patrones de aquel tiempo se encuentren numerosos hidalgos ejerciendo los oficios más humildes, o hasta declararse pobres de solemnidad.

De cómo la alta nobleza española colaboraba en las empresas de su rey, basta un ejemplo: al plantearse la conquista de Mallorca, aportaron, lo que sigue, los siguientes nobles:

Guillermo de Moncada, Conde Bearn, contribuyó con 400 caballeros totalmente equipados.

Nuño Sanz, Conde de Rosellón, con lO0 caballeros asimismo totalmente equipados.

Y en 1.287, al plantearse la campaña menorquina, estas son las aportaciones de la nobleza: Conde de Ampurias: Contribuye con 50 caballeros, 200 infantes y lO0 arqueros.

Conde Cardona: Contribuye con 100 caballeros y 300 lanceros.

Conde de Prades: Contribuye con lO0 caballeros y 100 infantes.

Conde de Urgen: Contribuye con 500 infantes.

Vizconde de Rocaforte: Contribuye con 200 caballeros.

Y de cómo, cuando les convenía, estos nobles respetaban o desobedecían la autoridad real, basta un ejemplo: El rey don Jaime I, tuvo, por conveniencias del momento, que llegar a un acuerdo de concordia y paz en buena armonía con el rey moro de Valencia, Cid Abu Zeid, para imponer una tregua entre ambos, ya que las arcas reales se resentían de los efectos de la guerra.

Cuando regresaba camino de Zaragoza se encontró con uno de sus ricoshombres que hacía el camino contrario.

No era otro que don Pero de Ahones, que había decidido, por su cuenta y riesgo, hacer la guerra a los moros, de los reinos colindantes, buscando más tierras de las que apoderarse y así ampliar sus dominios. El rey Jaime, esclavo de su palabra, le intimó a que desistiera de sus propósitos, dado que él había fijado una tregua y, no era cosa de honor, romperla.

Don Pero se negó a ello, de modo que el rey quiso prenderlo, pero tal cosa era más fácil de decir, que de hacer, porque las huestes del noble eran más numerosas que las del soberano. Total, que el rey se trabó en lucha con su vasallo y pudo vencer en la lid.

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Los hidalgos

¿Qué son los hidalgos?

Hidalgo es en su definición «aquella persona que por su sangre pertenece a una clase noble y distinguida».

¿Cuál es el origen de los hidalgos?. Comencemos por la denominación de «Hijosdalgo» es decir «Hijos de algo», esto es, que sus ascendientes se hubieran distinguido por sus hechos o por su posición. Que hubieran tenido «algo». La etimología de la palabra está perfectamente clara.

Primitivamente en los reinos de Castilla y León, los hidalgos se conocieron con el nombre de «infanzones», voz que fue quedando en desuso hasta que sólo quedó en Aragón. Pero unos y otros, los hidalgos castellanos y los infanzones aragoneses dependían directamente del rey.

En Castilla existió una muy amplia legislación sobre los hidalgos, comenzando por el Fuero viejo, calificado como el «Código de los Hijosdalgo», y siguiendo con el Fuero Real, las leyes de Partidas, el Ordenamiento de Alcalá y la Novísima Recopilación.

La hidalguía, según las Partidas, es «la nobleza que viene a los hombres por su linaje». En Castilla, la hidalguía, en contraste con las costumbres francesas, sólo se trasmitía por linaje de varón. Los hidalgos eran conocidos por diversas clases, siendo los más importantes aquellos de «solar reconocido», o de casa solariega» que pregonaba la nobleza e importancia de sus ascendientes.

A los que tomaron parte en la Reconquista y alcanzaron la dignidad de hidalgos, se les denominaba «primarios» y «secundarios» a los que después se establecieron ya en tierras conquistadas.

Entre los privilegios que el rey concedía a los hidalgos, el principal era el de «no pechar», esto es, lo que equivalía a no pagar tributos a la Corona. Esta fue la causa de que estas Chancillerías de la época se conserven multitud de pleitos entablados entre diversos personajes que se afanaban en poder demostrar su condición de hidalgos porque a veces era muchísimo más importante quedar exento de pagos y tributos, que demostrar que se era de estado noble.

La nobleza y aún el ejercicio de modestísimos oficios, no derogaba la hidalguía. En muchos pueblos existieron hidalgos que eran labradores, zapateros, comerciantes y hasta «pobres de solemnidad». Y junto a ellos convivían otras personas que eran ricas, que poseían bienes y que, sin embargo, eran «pecheros» tenían que pagar los tributos «y todas sus haciendas no les bastaban para alcanzar la hidalguía».

Los hidalgos pertenecían, en su gran mayoría, a las clases medias, y por lo general, seguían el nivel de riqueza de las regiones en las que estaban establecidos. Sería muy aventurado decir que la pobreza fuera general entre los hidalgos, pero que no nadaban en la abundancia queda destacado por un escritor de nuestro siglo en su «España vista por los extranjeros». A este respecto, en lo que se refiere a los hidalgos castellanos dice: «La hora de comer se acerca; la señora aguarda; el hidalgo a su casa. Los caballeros nobles no tienen nada en sus casas, hay que comprar al día las vituallas. Torna a salir el hidalgo y compra para los tres -amo, señora y criado- un cuarto de cabrito, fruta, pan y vino. Modestísima es la comida. No alcanza más la hacienda de un caballero castellano».

Y este hidalgo aún puede considerarse entre los afortunados porque al menos aunque poco, ha podido adquirir alimentos por modestos sean. Otros, ni eso podían, al estar sumidos en la más absoluta miseria. Los hidalgos del siglo XVII se dividían en tres grupos, claramente diferenciados entre sí:

– Los terratenientes de modestos predios que vivían de su hacienda.

– Los hijos de familias arruinadas, o los que alcanzaron la hidalguía por el número de hijos que hubieron de emplearse como labriegos o declararse pobres de solemnidad.

– Aquellos que para huir de la miseria se enrolaban en el Ejército. El pueblo español siempre se ha caracterizado por su ingenio. Ocurre que para alcanzar la dignidad de hidalgo, o lo que es igual, librarse de la pesada carga de los tributos, impuestos y pagos al Tesoro Real, existía un medio en el que nada tenía que ver la sangre y sí la bragueta, hasta el punto que, a aquellos que conseguían la ansiada dignidad, se les denominó así «hidalgos de bragueta».

El procedimiento no podía ser más simple: consistía en demostrar ante las Reales Chancillerías encargadas de solventar los pleitos de nobleza y probanza de limpieza de sangre, que se habían tenido como hijos a siete varones seguidos naturalmente en legítimo matrimonio. Los que se engendraban fuera de tan sagrado vínculo no se tenían en cuenta. Un hombre podía tener no un hijo, sino veinte con otra mujer que no fuera su esposa y para nada le valía si lo que pretendía era alcanzar la condición de hidalgo. Ahora bien, si podía demostrar palpablemente y sin la menor duda de que su mujer legítima había parido siete hijos varones y él era el padre con eso bastaba para que se le extendiera la oportuna documentación que lo acreditaba como hidalgo. Y no importaba que el solicitante fuera humildísimo, que no tuviera ni un maravedí, que fuera pobre de solemnidad y aún mendigo o que fuera un total analfabeto, sus siete hijos varones lo convertían en hidalgo y con ello naturalmente, se le terminaban apuros y agobios para el pago de los onerosos tributos al Tesoro.

Esto explica que en la España del Siglo XVIII, con nueve millones escasos de habitantes existieran nada menos que seiscientos mil hidalgos. O sea que aquel que no lo fuera a nadie podía culpar de no serlo. Bastaba con la procreación y tener a su esposa en los mejores años de su vida, en un embarazo casi perpetuo. Siete hijos y a otra cosa. Pero ¡ojo! tenían que ser varones, las hembras no contaban. Desde un punto de vista moderno este hecho se puede enjuiciar como un premio a la natalidad. Algo semejante a los beneficios de que gozan las familias numerosas de nuestros días.

Aquel que quería ser hidalgo lo único que tenía que hacer era «empreñar» (usando la terminología de la época) a su mujer siete veces y rogarle al Santo de su devoción que en las siete ocasiones los hijos venidos al mundo fueran varones, y si estos no era seguidos, y por medio se metía una hembra, la alegría podría traducirse en llanto y crugir de dientes.

Quizás de ahí viene aquel refrán de «mala noche y encima parir hija».

Como es natural, la nobleza de sangre nunca estuvo muy de acuerdo con este tipo de concesión de hidalguía. Que el noble cuya dignidad le venía por los méritos guerreros hechos por sus antepasados y presumiera de su limpieza de sangre se cruzara en la calle de su pueblo con un porquerizo llevando una piara de cerdos que, por haber tenido siete hijos seguidos poseía la misma dignidad que él, debía ser cosa harta de soportar para el primero. La nobleza entendía que para alcanzar la concesión de hidalguía debía llegarse por otros cauces y siempre mantuvo una línea de conducta en la que, a pesar de cédulas de reconocimiento, en lo que a ella respecta no reconocía a los hidalgos procreadores a los que despectivamente se les denomina como «hidalgos de bragueta», y es que el número de estos llegó a ser excesivo, existiendo regiones como Cantabria donde proliferaron tanto que se llegó a decir que todos sus habitantes eran hidalgos. La nobleza sostenía que la medida era perjudicial para los intereses de la Corona puesto que con tantos «hidalgos de bragueta», se reducían los ingresos del Tesoro Real, al estar exentos de los tributos. Más como nada podía hacer para impedir que determinado individuo «empreñara» a su mujer cuantas veces le viniera en gana y ella se dejara, lo que hizo fue poner a los «hidalgos de bragueta» cuantos impedimentos podía con el fin de impedirles llegar a las Órdenes Militares o a otras instituciones de elevado rango que debían reservarse exclusivamente a los hidalgos solariegos y de sangre.

Los «bragueteros» sostenían, por el contrario, que ellos eran tan hidalgos como los otros y de ahí los numerosos pleitos que, como ya dejamos indicado, se promovían en las distintas Chancillerías y Audiencias Reales. Los hidalgos de sangre, ya que no podían hacer otra cosa, ponían todo su empeño en enredar de tal modo el asunto que la decisión final de reconocimiento de hidalguía al «braguero» tardara años y más años en solucionarse ya que mientras esto no ocurriera, el solicitante estaba obligado a seguir pagando los tributos.

Estas demoras eran fatales para los que aspiraban a la obtención de la hidalguía por medio de la bragueta. Al hidalgo castellano, y basta con consultar la novela de la época, siempre se le representa como arruinado y viviendo en la más absoluta penuria. Lo curioso del caso es que, apenas alcanzaba la condición de hidalgo, y aunque rabiara de hambre y no tuviera para dar de comer a los siete hijos engendrados para conseguir la ansiada dignidad, se mostraba de inmediato orgullosísimo de su estado social y ya no quería ejercer oficios que antes sí practicó, juzgando como una deshonor el trabajo, hasta que el rey Carlos II decretó que la hidalguía era perfectamente compatible con el ejercicio del comercio u otras actividades artesanas que no degradaban, ni menoscababan al hidalgo que las ejerciera. A partir del siglo XVIII se fue acelerando el proceso de descomposición de una clase que ya no tenía sitio alguno en el nuevo contexto social y económico.

Los hidalgos desaparecieron definitivamente como grupo social en los primeros años del siglo XIX.

Los Heraldos

Heráldica viene de Heraldo. Ahora bien, para conocer la primera forzoso será saber qué eran y qué significaban los segundos.

Se trataba de unos caballeros, siempre de la nobleza más acreditada, encargados de dictar las leyes a las que debían ajustarse los torneos o justas, así como del examen de los méritos de aquellos que deseaban participar en los que hoy en día se denominarían «Juegos» entre caballeros.

Los heraldos eran jueces que ordenaban los torneos con la potestad, por mandato real, de dictaminar sobre todo aquello que se refiriera al torneo, siendo sus decisiones inapelables.

Entre sus obligaciones estaba la de examinar concienzudamente los títulos de nobleza correspondientes a los caballeros, investigando sobre sus armas y el derecho que poseían a llevar en sus escudos determinados motivos heráldicos.

Se daba el caso de que los emblemas propios de una familia noble por lo general se elegían de un modo arbitrario, al gusto y capricho del que deseaba usarlos. Siendo hereditarios, pronto se vio la necesidad de registrarlos y de establecer unas normas para el uso del blasón. Los escudos de los guerreros, por el contrario de los familiares, siempre se basaban en algún hecho de armas intentando fijar el recuerdo de la hazaña llevada a efecto y que a través de los descendientes, inmortalizara la acción.

La utilización del blasón, las reglas a que debían ajustarse los caballeros y la organización de los torneos y justas fue el cometido otorgado a los heraldos. Los torneos o justas consistían en unos ejercicios caballerescos mediante el combate entre dos caballeros y en el que ambos contendientes ejercitaban su destreza en las armas. Por lo general, este tipo de competiciones era organizado con ocasión de alguna fiesta solemne, como por ejemplo, la coronación de un rey y se basaba en el entrenamiento de los competidores en ejercicios guerreros. Los caballeros combatían a caballo en palenques con cercados de madera y separados por una valla para que las cabalgaduras no pudieran chocar. El arma consistía en lanza preparada convenientemente para que no pudiera herir al adversario, ya que de lo que se trataba era de propinarle un golpe lo suficientemente fuerte para derribarle del caballo. El que caía se declaraba vencido sin que por eso su honor sufriera menoscabo alguno.

Pero bien es verdad que por muchas precauciones que se tomaran, siempre se producían incidentes, alguno mortal, como el sucedido al rey de Francia Enrique II.

Durante un torneo celebrado en honor de la llegada de la que más tarde sería reina de Escocia, María Estuardo, que iba a contraer matrimonio con el delfín de Francia, el rey Enrique quiso participar en el torneo enfrentándose al jefe de la guardia escocesa de la futura reina, el conde de Montgomery, con tan mala suerte que la lanza de éste, a pesar de carecer de punta de acero, fue a penetrar por una de las rendijas del casco del monarca y la madera atravesó un ojo del rey, lo que provocó no sólo su caída del caballo, sino su muerte. Por cierto, este desgraciado suceso ya había sido predicho por el célebre astrólogo Michael de Notre Dame, más vulgarmente conocido como Nostradamus.

Los emblemas de los caballeros que participaban en los torneos no sólo se ostentaban en sus escudos. Cada uno tenía su propia tienda de campaña donde se colocaban sus armaduras. En la puerta de esta tienda se clavaba una lanza en cuyo extremo ondeaba un guión o banderín con las armas de su propietario. También en las gualdrapas de los caballos se hacían ostentar los blasones del jinete.

Todos estos detalles, así como las ceremonias previas al torneo, la proclamación de los caballeros que iban a competir, las reglas a que debian ajustarse y cuanto se relacionaba con la justa, eran misiones exclusivas de los heraldos.

Por regla general, en una época tan caballeresca como la Edad Media, los caballeros que tomaban parte en los torneos lo hacían bajo el apadrinamiento de una dama a la que le dedicaban sus triunfos, caso de producirse.

Los torneos podían celebrarse, y de hecho así se hacía, en época de guerra, entre caballeros pertenecientes a los dos bandos en lucha. Cuando esto sucedía, quedaban paralizadas las operaciones bélicas, eligiéndose, de mutuo acuerdo, un heraldo encargado de dictar las reglas del torneo. Esto ocurrió, por citar un solo ejemplo, durante las Cruzadas cuando los soldados cristianos pusieron cerco a la fortaleza de San Juan de Acre. Cinco caballeros cruzados se enfrentaron a otros tantos sarracenos, ante los muros de la población. Pero cuando se daba este caso, el final era distinto al de los torneos de ceremonia, ya que se utilizaban armas de combate y la lucha era a muerte.

En lo que respecta a los escudos, es conveniente decir que la Heráldica que estudia las armas, o armerías, estas no se tratan de elementos de guerra para atacar o defenderse de un posible enemigo, sino que se refiere a la insignia o blasón con el que quiere identificarse el caballero, siendo por tanto, un emblema honorífico.

Los torneos, las justas y en general cuanto se refiere a la Heráldica alcanzaron su apogeo en la época de las Cruzadas. En aquel tiempo de exaltación religiosa unido al sentimiento guerrero en la esperanza de rescatar Tierra Santa del infiel, época de arte grandioso y en ocasiones desbordante en que la nobleza y las Órdenes de Caballería estaban en su apogeo, despertó la necesidad del blasón a fin de que los caballeros se distinguieran unos de otros y fuera, al mismo tiempo, exponente de sus hazañas, así como historia, tradición y memoria de los hechos heróicos llevados a cabo en el campo de batalla y así ha quedo expuesto por G. Eysembach, en su «Historia del Blasón». Dice: «El blasón, lenguaje misterioso, lengua ingeniosa y sorprendente, de uso universal para la nobleza de la cristiandad, establecía entre todos los gentileshombres una confraternidad heróica, era la piedra fundamental del edificio feudal, la cementa y la llave de la bóveda -como dice un autor antiguo- de la jerarquía aristocrática».

El blasón fue sinónimo de valor, lealtad y arrojo. Una mala acción pudiera enturbiar su limpia ejecutoria: era lo peor que podía sucederle a un caballero.

Todo esto era lo que debía examinar, enjuiciar y finalmente, dictaminar el heraldo. Quien no reuniera las condiciones precisas, no podía participar en un torneo.

El blasón representaba no sólo una realidad, un signo de jerarquía, también era el exponente de un oficio. Considerar su uso como un privilegio exclusivo de la nobleza constituye un error.

Naturalmente que los artesanos, los pertencientes a los gremios no celebraban torneos, pero esto no impedía que tuvieran sus propios escudos inherentes a los oficios que practicaban y así no pocas veces estos blasones fueron esculpidos en piedra.

La Heráldica en sus múltiples manifestaciones, está ligada íntimamente con la historia. Muchas veces para estudiar ésta se hace indispensable conocer la primera porque a través de ella se adquieren no pocos conocimientos del tiempo pasado. La Heráldica se encuentra absolutamente unida a la genealogía nobiliaria investigando el escudo de armas de las familias nobles, unos escudos que en este caso se denominan Nobiliarios.

Una nobleza a la que se alcanza, casi siempre en los campos de combate y que fue pagada con la sangre de aquel que obtuvo el derecho a ostentar un blasón.

Heráldica italiana

La heráldica italiana fue introducida en la isla de Sicilia dominada por los Normandos, siguiendo a su expansión en la Inglaterra normanda, desde donde se extendió al resto de Italia. 
Comparada con la complejidad de la heráldica de Inglaterra, Alemania y España, la heraldica de Italia es más sencilla. Durante siglos el país estuvo dividido en varios, y no tenía una autoridad heráldica general para supervisar el uso de los escudos de armas hasta la Unificación del Reino de Italia en 1870. 
Así pues, hay una heráldica siciliana, heráldica calabresa, heráldica genovesa, heráldica napolitana, heráldica sarda, etc.

Para comprender esta diversidad de heráldica italiana, veamos un resumen de la historia de Italia:

Al morir el emperador Augusto, los grandes tiranos de Roma hacen su aparición, como Tiberio, el perverso Calígula, el tartamudo Claudio o el loco Nerón y con ellos y sus descendientes, comienza la degeneración del Imperio y se prepara su caída. Poco a poco el cristianismo va afianzándose, sobre todo en el siglo III, cuando empieza a ser tenido en cuenta. Es el momento de las grandes persecuciones. La situación política va de mal en peor, las invasiones de los bárbaros obligan a dividir el imperio nombrándose dos emperadores, uno para controlar la zona occidental y otro la oriental, a su vez, se nombran dos ayudantes de los emperadores con dignidad de césares. La situación era caótica. Fue Constantino quien conseguiría reunificar de nuevo el Imperio, gracias en buena parte, a su decisión de legalizar el cristianismo en el 313 d.C. a través del célebre «»Edicto de Milán»». 

Con la muerte del emperador Constantino la situación tanto exterior como interior, ya muy deterioradas, se producen nuevas divisiones de poder y, las invasiones extranjeras que consiguen llegar al centro de Roma, acaban definitivamente con el Imperio Romano en el 476 d.C. La caída del Imperio no supone la finalización de las guerras. Aunque con el Sacro Imperio Romano formado por Carlomagno en 1174 se consigue una cierta estabilidad en la que la Iglesia, ya como estado, y el poder político conviven sin grandes diferencias, a la muerte del emperador todo se rompe y las luchas entre iglesia y estado no finalizan hasta 1122 con el Concordato de Worms.

Con la caída del feudalismo se crean las comunas italianas que suponen una profunda reestructuración de la economía, dando lugar a la aparición de una nueva clase social: la burguesía. Estos dos componentes consiguen que una nueva estructura económica y social se afiance en el norte del país, mientras que el sur permanece fiel a las antiguas estructuras. En 1454 con el Renacimiento y gracias a su filosofía se consigue un período de estabilidad al firmarse un pacto de no agresión entre los más grandes, Venecia, Florencia, los Estados Pontificios y Nápoles. Finalizado este período en el que las artes, las letras y las ciencias tuvieron un gran desarrollo, las guerras de nuevo acosan el territorio. Dominio de españoles primero y austriacos después, consiguen que se produzca un gran retroceso en todos los campos aunque durante el siglo XVIII se consigue vencer en zonas muy concretas como Nápoles y Milán.

El período napoleónico permite la creación de nuevas repúblicas y la desaparición de otras como Venecia, así como los Estados Pontificios. El resurgimiento de las monarquías absolutas, durante el Antiguo Régimen, consigue que aparezcan los primeros movimientos independentistas que actuaban en secreto. El Risorgimiento, con una sólida base intelectual y buenos estrategas como Garibaldi y Víctor Manuel, dieron como fruto las revoluciones nacionalistas de 1848 que aunque no consiguieron su objetivo, la independencia, sentaron las bases y consiguieron los apoyos internacionales necesarios para que a partir de 1859, durante la Segunda Guerra de Independencia, se liberarán Sicilia, Nápoles y algunas regiones aledañas al Piamonte, que a través de un plebiscito decidieron unirse creando el Nuevo Reino de Italia, completado con la anexión de Roma en 1870.

Como resultado, el país escapó a la sobre-elaboración de blasones recargados, cuya peor expresión estuvo en la heráldica cívica de la Inglaterra del siglo XIX, donde había escudos con hasta 132 cuarteles o divisiones internas. Muchas armas de la heraldica italiana mantuvieron una simplicidad medieval, a veces comprendiendo una simple cruz en un campo plano, o la división del escudo cortado o partido en dos colores, y como resultado también se veía una gran multiplicación de los mismos diseños de escudos de armas. La problemática historia de Italia está reflejada también en su Heráldica, influenciada por las oleadas de invasores alemanes, franceses, españoles y austríacos.

La Heráldica italiana evolucionó con características propias, algunas de las cuales tienen un paralelismo con el desarrollo del Renacimiento Italiano en las artes. La composición de muchas armas en la heráldica italiana es bastante pictórica, una composición muy común es un árbol y a la derecha o izquierda un león rampante o un perro atado con una cadena; en otros casos es una torre o un árbol con un pequeño pájaro en su parte superior. Un árbol nunca se representa como una planta que tiene hojas agrandadas y frutos soportados por un tronco corto, sino que se representará como el árbol verdadero con proporciones reales. 

Formas de los escudos en la heráldica italiana:
Se entiende por campo del escudo el espacio en el que se representan los colores (o esmaltes) y las figuras (o muebles) del escudo de armas. Cada país tenía formas particulares de representar sus escudos de armas. El más común de todos es el apuntado, usado en la Heráldica inglesa, francesa y también en la heráldica italiana. En la heráldica española el campo típico es el de medio punto (con el borde inferior semicircular).

En la heráldica italiana el más común era el «sannitico» (escudo casi cuadrado con los vértices inferiores redondeados y una pequeña punta en el medio más baja). Pero las características más distintivas de la heráldica italiana son el uso de campos de forma almendrada (formado por un círculo en la parte superior y un triángulo con el vértice hacia abajo en la inferior) y de «cabeza de caballo» (testa di cavallo). Este último deriva de la pieza de armadura que llevaban los caballos sobre su cráneo (sobre todo la frente), para protegerlos durante los Torneos y también en batalla, y que parece la cabeza de un caballo vista de frente. Otra forma de escudo especial de la Heráldica de Italia es el campo véneto que en su borde superior tiene en las puntas unas vueltas circulares (espiral) y en el centro termina en punta (como ornamento) y en la base era igual al apuntado. También se encuentran en Italia las formas triangular (triángulo equilátero con la punta hacia abajo) y acimerada (con forma de yelmo visto de perfil), ambas de influencia claramente alemana. 

Los esmaltes en la heráldica italiana:
La Regla de los esmaltes, que prohíbe juntar metal con metal y color con color, se respeta rigurosamente. En casos muy raros donde no se sigue esta regla, se coloca en el blasón de armas las palabras «per inchiesta» para indicar que el heraldo que registró las armas sabe que esto es una violación o excepción más que un error al blasonar o dibujar las armas. 
Otra particularidad de la heráldica italiana es que los esmaltes se describen en el blasón con palabras corrientes. Así el rojo es «rosso»; el azul «azzurro»; el verde «verde»; el negro es «nero»; el púrpura «porpora». 

En la heráldica de Inglaterra, Francia y España los colores tienen nombres especiales: «Gules» para el color rojo; «Azur» (Azure en Inglaterra) para el azul; «Sable» para el negro; «Sinople» (con excepción de Inglaterra donde es «Vert») para el verde. Aparte de los colores, existen en la Heráldica italiana (como en el resto de las heráldicas nacionales) dos metales: Oro y Plata («Argento» en la Heráldica de Italia), además de dos pieles o forros que son el Armiño («Ermellino») y el Vero («Vaio»). Otros metales que se utilizan en Italia (generalmente no para el campo del escudo, sino para el yelmo exterior) son el Hierro («Ferro») y el Acero («Acciaio»). La mayor parte de los campos italianos tienen como esmalte principal el rojo (Gules) o el azul (Azur); los metales (Oro y Plata) son un poco menos frecuentes, el púrpura y el verde son bastante raros. 

Las figuras en la heráldica italiana:
Las figuras básicas o de honor (jefe, banda, barra, chevrón, palo, etc.) eran lo más común en las armas italianas, y difiere en su uso de aquellas de Inglaterra y Francia. 
El jefe (tercio horizontal superior del escudo) muchas veces representa una alianza política, las más frecuentes son el «jefe de Anjou» (capo d’Angio) que exhibe tres flores de lis (de Francia) de oro sobre fondo azul y un lambel rojo de cuatro pendientes de la Casa de Anjou, asociado con el partido Güelfo (derivado de Welfo, duque de Baviera) leales al Papa; el águila imperial negra del Sacro Imperio Romano Germánico o muchas veces un águila negra desplegada (capo dell’Impero), asociada con el partido Gibelino (derivado de los Hohenstaufen, señores de Waibling) leales al Emperador; el jefe de San Stefano (capo di S. Stefano) que era un campo de plata con una Cruz de Malta de rojo (gules), usado por los caballeros de la Orden de S. Stefano; o las llaves cruzadas de San Pedro y la triple tiara del Papa. Los dos primeros se hicieron evidentes en el campo de batalla en Benevento, Campania (año 1266), cuando se encontraron frente a frente. 

Las familias italianas que dieron un Papa podían, además, exhibir en su escudo de armas un «ombrellino» de oro, una especie de sombrilla usada para cubrir a los dignatarios o soberanos. Las armas del Príncipe Odescalchi, la cabeza de una gran familia romana, por ejemplo, tenían un águila imperial en una faja y un ombrellino de oro sobre su escudo. 

Ciertas figuras son mucho más frecuentes que otras en la heráldica italiana. Las estrellas y cometas abundan, generalmente de metal (oro o plata), las primeras son de seis puntas, a menos que el blasón indique otra cosa. Las torres, castillos e iglesias van normalmente en su color (al natural). 
Los montes saliendo de la base del escudo que son tan característicos de la Heráldica de Europa continental evolucionaron en piezas mas elongadas y de puntas semicirculares, uno sobre otro, usualmente en número de tres o cinco, creando una formación estilizada encontrada en muchas armas de la heráldica italiana. En las armas más antiguas los montes se representaban como montañas con tres o cinco cumbres (como en las armas de Sasso de la ciudad de Scala, Amalfi), usualmente de verde. 

La Heráldica italiana utilizó también las armas papales, las más usuales son las llaves cruzadas de San Pedro (una de oro y otra de plata) y la tiara papal de tres niveles. 

Entre la habitual colección de animales representados en Heráldica, el más común es el león representado en su forma rampante; y el águila representada generalmente desplegada (con sus alas abiertas). Entre las cargas distintivas de los blasones italianos se encuentra el buglio, un pez del Mediterráneo parecido a un bacalao pequeño. Muchos de los peces encontrados en Italia en la Edad Media y mencionados en blasones de armas se encuentran extintos en la actualidad. Los lebreles (galgos), liebres, mastines napolitanos y serpientes, se encuentran regularmente. El lagarto geco aparece en algunos escudos de armas, especialmente en Sicilia, donde son vistos durante el verano. El perro (cane) se representa normalmente como un lebrel, a menos que esté blasonado como «mastín» (mastino). Los ciervos y jabalíes pueden encontrarse ocasionalmente, sobre todo en las regiones Alpinas. Los animales fantásticos o mitológicos parecen haber desaparecido de los Armoriales Italianos, ocasionalmente se puede encontrar algún dragón o caballito de mar, hasta el unicornio es raro. 

Las figuras humanas, brazos salientes y portando armas, aparecen en la heráldica italiana con cierta regularidad. Una figura que se encuentra en algunas armas italianas y que comparte sólo con la heráldica española es la cabeza de moro representada con un turbante. 

La Heráldica de la Italia central está inevitablemente ligada a la Iglesia Católica; el Papa por siglos ha sido el soberano reinante de los estados papales así como la cabeza de la Iglesia. Las armas papales mismas con las llaves cruzadas de San Pedro, la triple tiara, y la combinación de dos metales, oro y plata, son probablemente el ejemplo más familiar de la Heráldica italiana. 

Libros de heráldica italiana:

Los mejores tratados de heráldica italiana son:

* «Dizionario stórico-blasónico delle famiglie nobili e notabili italiane estinte e fiorenti», de Gofredo di Crollalanza.
Este libro está disponible en CD-ROM de heráldica en el enlace http://www.heraldico.com/libros.htm

* «Enciclopedia Storico-Nobiliare Italiana», de Vittorio Spreti.


Interpretación heráldica de las armas de los apellidos.

La pregunta para el profano en la ciencia heráldica es cuándo y en qué circunstancias, se origina la unión entre apellidos y armas, mediante el escudo. Y la respuesta ha venido teniendo diversas argumentaciones, dividiéndose, los autores especialistas en el tema en dos bandos:

Aquellos que remontan la heraldica a siglos antes de Jesucristo, sosteniendo que ya griegos y romanos hicieron uso de escudos y linajes y otros fijan el comienzo del uso de la heraldica a la época de las Cruzadas y los torneos.

A este respecto, unos autores de reconocida garantía como los hermanos García Carraffa, señalan en su obra «Ciencia Heráldica o de Blasón»: «Las armas o armerías fueron desde sus orígenes y hasta el siglo X solamente jeroglíficos, emblemas y caracteres personales y arbitrarios, pero no señales de honor o de nobleza que trascendiesen a la posterioridad y pasaran de padres a hijos. Este nuevo significado comenzaron a tomarlo las armerías en el siglo X y como consecuencia de los torneos, habiéndose regularizado su uso y perfeccionándose su método y sus reglas en los tres siglos siguientes. No obstante, como muy acertadamente observa la Gran Enciclopedia en su página 1.136, hasta el siglo XV, con el advenimiento de los reyes de armas, jueces y heraldos, no pudo desembarazarse la heráldica de los usos y tradiciones que tendían, desde mucho tiempo atrás, a constituirla. Fue entonces cuando adquirió las reglas precisas así como un lenguaje especial que permitiera describir, con la mayor exactitud, sin el auxilio de las figuras, las armerías más complicadas. En un principio, y durante mucho tiempo, fue la heráldica un arte esencialmente práctico a los heráldicos profesionales, pero a contar del siglo XVII, y mucho más en nuestros días, la heráldica ha ido tomando cuerpo entre las ciencias auxiliares de la historia y su conocimiento viene a ser indispensable al historiador, al arqueólogo y al biógrafo.

Costa y Turell, en su «Tratado completo de la Ciencia del Blasón» (Barcelona 1.858), una de las mejores obras de heraldica, dice:

«No debe creerse que el estudio de la ciencia del blasón es sólo útil y exclusivo para los nobles. Suponerlo sería cometer un grave error. Los historiadores, los poetas, los novelistas y, sobre todo, los escultores, los pintores y arquitectos, deben saber blasonar los escudos que les pidan y los que encuentren a su paso. Sin ésto, unos y otros caerán en los errores más cómicos y deplorables: cómicos cuando estos errores sólo sirven para demostrar las equivocaciones en esta materia y la ignorancia sobre la misma; deplorables cuanto pueden contribuir a deformar la verdad histórica».

En la heráldica, blasón y armería son términos heráldicos de igual alcance puesto que ambos responden a una misma idea y representan las insignias hereditarias compuestas de figuras y atributos determinados, concedidos por la autoridad o el príncipe en recompensa de determinado servicio y como marca o distintivo del linaje premiado.

No obstante, constituiría un error suponer que en la heraldica todos los escudos han sido en su origen significativos y otra equivocación atribuirles a todos el carácter de una merced regia o de un premio otorgado por una autoridad soberana. La inmensa mayoría de los escudos, fueron adoptados, libérrimamente, por los caballeros y sus linajes, aunque en la mayoría de los casos siguiendo las normas de la heraldica.

Es claro que en los primeros tiempos y sin existir norma alguna que especificase el uso y significado de cada elemento en la heraldica, los que aplicaban a sus escudos de guerra o al blasón de sus casas, figuras u objetos lo hacían a su libre albedrío y sin razón alguna que justificase, más que de una forma personal, la situación o emblema que se adoptaba. Por ello, es, en muchos casos, imposible para el heraldista, conocer el por qué de tal o cual símbolo que figura en determinado escudo, y aún mucho menos la razón de su situación dentro del mismo, a no ser que con posterioridad, y ya con la intervención de algún Rey de armas o heraldo, se corrigiese aviniéndose a las normas por las que se rige la HERALDICA.

Origen de los apellidos sevillanos

El tratadista José María de Mena, en su obra «Apellidos y Escudos sevillanos y cordobeses y que pasaron a Indias», dice acerca del origen de los apellidos sevillanos:
Los apellidos de Sevilla proceden en su mayor parte de los DOSCIENTOS CABALLEROS DE LINAJE que vinieron a reconquistar la Ciudad en el año 1248, acompañando al rey San Fernando, y que por entregar los moros la plaza completamente vacía, la repoblaron quedándose afincados en Sevilla.
Estos apellidos son, en parte, de unos sevillanos anteriores a la invasión de España por los moros, es decir, que se remontan a época visigoda, e incluso a época romana. Algunos descendientes de aquellos sevillanos del siglo VIII, después de haber vivido quinientos años en el exilio en Asturias, Galicia o León, regresaron a Sevilla. De aquellos apellidos antiguos tenemos a los MONDEJAR, los ACOSTA y los PACHECO, que son de la época romana
De la época visigoda son los apellidos GUZMÁN (del idioma germánico GUT-Mann, que significa HOMBRE BUENO); GERMAN, (HERR-MANN, que significa SEÑOR HOMBRE).
También de origen godo es el apellido FARFAN. Los de esta familia a la entrada de los moros no huyeron sino que se pusieron al servicio de los emperadores de Marruecos, como guardia personal, pero sin dejar su religión, (recordemos que siempre los más altos gobernantes autócratas han preferido tener su guardia personal, formada por gentes de otra nación. Así los Papas siempre tuvieron, y siguen teniendo, una guardia SUIZA en vez de italiana. Franco tenía una guardia MORA. Los Emperadores de Marruecos tenían una guardia CRISTIANA). Los Farfanes regresaron a España en el siglo XV, y volvieron a afincarse en la Sevilla de donde procedían.
Otros apellidos de la época de la Reconquista son de origen gallego, asturiano, castellano, catalán o navarro, de caballeros de San Fernando que aun sin proceder de familias antiguas sevillanas, deciden quedarse aquí.
También hay apellidos de origen musulmán, unos de procedencia del Oriente Medio como BENJUMEA, que es BEN-OMEYA; otros de procedencia marroquí o berebere, como MARIN. Otros de españoles viejos pero que por haber vivido bajo el dominio musulmán habían arabizado sus apellidos, como los BENEGAS, BENABA, BENABAO, ALBARRAN, ALGUJAR, GANDUL, ALJAMA y otros. Algunos eran de familias ilustres del gobierno musulmán como los ABBAS, convertidos al cristianismo.
En algunos casos, estos apellidos musulmanes evolucionan su ortografía, para no parecerse musulmanes siendo ya cristianos. Así ABBAS cambia su ortografía a convertirse en ABAD, con lo que no sólo va a parecer cristiano viejo sino incluso eclesiástico, con las ventajas que ello comporta. Algunos cambia su ortografía de B a V, como BENEGAS que se hace VENEGAS para que no se note el BEN musulmán. En este caso con notable desacierto, pues si bien el BEN es un prefijo musulmán, el EGAS era muy anterior a la invasión árabe, pues se trata del nombre godo EGAS.
Algunos apellidos entran en Sevilla en el siglo XIII tan pronto como es reconquistada y vienen los primeros extranjeros, como es el apellido CALVO que procede del primer embajador de Génova que se asentó en Sevilla y dejó aquí descendencia.
De la época en que Sevilla es la capital económica y naval del Imperio Español, nos quedan apellidos como OREJON, de los descendientes de los Incas o emperadores del Perú, a quienes se reconoció la calidad de nobleza. Hay numerosos soldados, aventureros, marinos, que van y vienen a Indias, y que a su regreso prefieren afincarse en Sevilla, y aquí crean familia y dejan sus apellidos, como el glorioso Hernán CORTES, conquistador de Méjico, que construye su casa, hoy medio en ruinas, en la plaza de su nombre, barrio de San Lorenzo.
También vienen de otros puntos del Imperio Español, no sólo de América y así tenemos, procedentes de Nápoles, Milán y otras provincias españolas de la península italiana, a los MAÑARA, FEDERIGUI, BUCARELLI, VICENTELO DE LECA, y procedentes de Flandes y los Países Bajos, a los JACOME, LINDE, LINDEN, VANDERBILDE y otros, linajes nobles de Gante, Ostende Ámsterdam.
El cambio de dinastía reinante, en el siglo XVIII trae, con los Borbones, a numerosos franceses, y más aun la revolución Francesa, de la que vienen a refugiarse en Sevilla muchos nobles exiliados, como los HUET, MARÉ, ROCHE y ROSSY. Algo más tarde y con las persecuciones zaristas en Polonia, vienen a España y se afincan en Sevilla personajes como el príncipe de ZAMOISKY, o los aristócratas ZBIKOWSKY. También de Inglaterra vienen irlandeses perseguidos por motivos religiosos, como los 0’DONNELL, y los MORRISSON, pero también ingleses y escoceses, como los PICKMANN FORT y AMBOROSY. Las revoluciones del Risorgimiento y la Unitá en Italia, lanzan sobre Sevilla una enorme ola de exiliados, unos garibaldinos perseguidos por los papales, y otros papales perseguidos por los garibaldinos. De esta inmigración son apellidos como GRACIANI, MARIANI, ASTOLFI, PIAZZA, BALBONTIN GROSSO, quienes cambian sus hábitos aristocráticos de ocio, por el trabajo y el estudio, creando en Sevilla industrias importantísimas como las Fundi- ciones de los Balbontín, y los Grosso, o fábricas de pianos como la de los Piazza. Algunos de los llegados entonces son también austriacos, como los KONRAD, que a su paso por Italia modifican la ortografía de su apellido y nos llegan como CONRADI.
Y todavía con la caída de Napoleón III, muchos de los nobles de su corte, vienen a Sevilla, refugio de la emperatriz Eugenia de Montijo. Son éstos los RISQUET, GASQUET, BLOISE Y PAVET.

LOS DOSCIENTOS APELLIDOS DE LINAJES SEVILLANOS DE LA RECONQUISTA
Después de haber estado ocupada por los moros durante quinientos años, de los cuales la mayor parte del tiempo Sevilla fue una provincia del imperio marroquí, en el año 1247 el rey Fernando III el Santo vino a reconquistarla. En su ejército figuraban milicias concejiles de León, Castilla, Extremadura, Galicia, Córdoba, y Jaén, tropas de las Ordenes Militares de Santiago, Calatrava, Alcántara y San Juan de Jerusalén, algunas huestes de Aragón y Navarra, y una tropa reducida, casi simbólica, enviada por el Papa al mando de su sobrino Micer Uberto.
En Noviembre de 1248 San Fernando ocupó Sevilla, que le fue entregada por el reyezuelo Axataf, completamente vacía, saliendo todos sus pobladores moros hacia Marruecos, o hacia el reino moro de Granada.
Una vez terminada la reconquista muchos caballeros, y las tropas concejiles y de las Ordenes regresaron a sus lugares de procedencia. Pero otros, que eran descendientes de los antiguos visigodos y mozárabes sevillanos prefirieron quedarse. También y para que la ciudad no quedase despoblada, el rey San Fernando retuvo aquí otros caballeros, dándoles casa en la ciudad y viñas y olivares en el contorno, para decidirles a quedarse como pobladores. En total el rey asentó a DOSCIENTOS CABALLEROS DE LINAJE. Cuatro años después en 1252, el rey Alfonso X el Sabio, al ocupar el trono por la muerte de su padre, se ocupó como primer asunto de gobierno, de revisar el poblamiento de Sevilla, y ratificó las donaciones de casas y terrenos, y repuso algunas vacantes que se habían producido, de tal modo que volvió a haber DOSCIENTOS CABALLEROS pobladores, cuyos nombres se escribieron en el llamado «Cuaderno del repartimiento».
De estos DOSCIENTOS descienden la mayoría de los sevillanos, pues como hemos dicho la ciudad fue vaciada de moros.
La Lista de los DOSCIENTOS CABALLEROS DE LINAJE, tomada del «Repartimiento» es como sigue:

Abanades, Alonso, Encina o Encinas, Esparza, Aceves, Álvarez, Acevedo, Amaso, Flechilla, Adán, Arcayos, Aretiz, Faceves, Formicedo, Fenestrosa, Aguilar, Aguaray, Arias, Fernández, Fortún, Alarcón, Armenta o Armencia, Ferrán o Ferrand, Fragoso, Alardo, Arnalt, Arnaud o Arnao, Ferrández, Frechilla, Alava, Avia, Ferrera o Ferreras, Fuentecirio, Alcalá, Ayala, Feznalfarache, Fusiellos, Alcániz, Aybarana, Fita, Alcázar, Ayllón, Alfonso, Aznalfarache, Alguacil, Aznárez, Gaceo, Gil, Galicia, Giménez o Jiménez, Gallego, Guillén, Baeza, Bohiga o Boyga, Gálvez, Gustioz, Banades, Boica o Boiza, Gamarra, Gutiérrez, Baso o Bazo, Bordallo, García, Baza, Borni, Bebián, Botón, Berrueces o Berruezo, Brión, Hacániz, Hoyos, Blanco, Buiza, Halconero, Hurones o Furones, Blázquez, Henestrosa o Hinestrosa, Hurtado, Hita, Husillos, Cabezas o Cabeza, Cavaleras, Cameno, Cedano o Sedano, Ibáñez, Iñiguez, Campana, Cebrián, Ibatana, Campo o Campos, Cillero, Canaleja, Cipriano, Cansado, Cohorcos, Jiménez, Juanes, Carado, Corrucho, Jordán, Juárez, Carrillo, Cotediano, Casado, Cuadro o Cuadros, Castro, Cuenca, Laces, Lobaña, Lechauri, López, Dabanades, Lencina, Lores, Doria, León, Luna, Davia, Doscrino, Liveri, Lusía o Llusía, Díaz, Doviñal, Madrid, Medina, Madrigal, Medinaceli, Maestre, Meléndez, Magro, Melgar, Malo, Mena, Manciles o Mancilla, Mendoza, Marchena, Miguélez, Martín, Montemolín, Martínez, Montogín, Matierra, Morillo, Mazuelos o Mazuelo, Muñoz, Navarra, Negrillos, Navarro, Negro, Negas, Núñez, Ochoa u Ochova, Orozco, Olea, Ortiz, Ordóñez, Oscrino, Oria, Osorno, Páez, Pérez, Palacios, Piédolao, Piédrola, Pancorbo, Porcioles o Porcoles, Páramo o Pártamo, Portugal, Pardiño, Pozuelo, Peláez, Quintana, Quintanilla, Rabadán, Rodrigo, Rabanales, Rodríguez, Rabea, Roita o Arroita, Rabera, Romero, Ramírez, Romo, Rebolledo, Roniz, Revilla, Ribiella, Rioseco, Roiga, Ruiz, Sahagún, Sánchez, Sanlúcar, Santa Cruz, San Esteban o Santisteban, Salado, Tablada, Torre o Torres, Tafur, Tremello, Tamayo, Tremenos, Téllez, Tudela, Toledo, Valderrama, Vilches, Valdesauce, Villafarfán, Valencia, Villafarta, Valigán, Villagarcía, Valladolid, Villagómez, Vargas, Villamayor, Vaso, Villaodre o Villodre, Velasco, Villalta o Villarta, Velázquez, Villasandino, Vélez, Viñal, Sarado, Serna, Servicial, Solaceno, Solorzano y Suárez

De estos apellidos hay una heráldica manifiesta de sus linajes.

Heráldica Española: Nobleza y Armas ¿Tener escudo es ser noble?

Aún en el Reino de Navarra y en la provincia de Guipúzcoa es muy discutible que el poseer Escudo de Armas signifique prueba nobiliaria, pues con ella no se alcanzaba sentencia alguna de Nobleza ante los Tribunales de Justicia.

A nadie que no fuese noble en dichas regiones se le permitía el uso de Armas, pero para ser Noble es evidente que no era preciso poseer Armas. Una de las manera de provocar el pleito de Nobleza en Guipúzcoa consistía en poner Armas en la casa-solar, pero iniciado éste era necesario demostrar la Nobleza de la varonía y no el derecho de llevar este o el otro escudo. Esa es precisamente la razón que nos guía para poner muy en duda la posesión de Armas, aun en las mismas Navarra y Guipúzcoa, como prueba irrefutable de Nobleza.

Ahora analicemos los expedientes de Nobleza procedentes de Navarra y de Guipúzcoa que se conservan en la Sala de los Hijosdalgo de la Real Chancillería de Valladolid, principalmente en pleitos promovidos durante el siglo XIX, sólo que tenemos mejor estudiado. En ninguno de ellos, que se acercan a los cuatro centenares, se alega que las armas usadas por el litigante sean prueba de Nobleza, sino que éstas se refieren al ejercicio de sus cargos y a las diferentes inmunidades de que gozaban los vascos. Los navarros -en el caso que nos ocupa- concretamente aportan los privilegios de sus valles, pero no el escudo que usan sus naturales como prueba de Nobleza, y de hacerlo lo hacen como complemento.

Por último, es preciso estimar que en los millares de pleitos que se conservan en la Real Chancillería de Valladolid no figura, salvo contadísimas excepciones, la prueba de Armas.

En Castilla ha carecido siempre de valor alguno, y buena demostración de ello es que ni siquiera se la menciona o se describe el escudo en los reconocimientos que se efectúan de «vista de ojos» en los lugares de origen del litigante. La realidad de las casas blasonadas, de las lápidas con escudos, es evidente en los pueblos del Reino de Castilla, y sin embargo, no se aducen o citan en casi ninguno de los millares de pleitos que se custodian en el primer Archivo nobiliario del mundo. Y es evidente que la mayoría absoluta de los hidalgos no usaban ni tenían escudo de armas.
Esta observación directa, efectuada en la Real Chancillería de Valladolid, se repite en la de Granada y en todas las Audiencias que entendían de pleitos de Hidalguía.

Aunque en muchas de las Cartas Ejecutorias de Nobleza despachadas al interesado figure el escudo de armas, éste era añadido por el litigante, y ninguna relación documental suele existir entre esta manifestación y el texto del proceso.

Ahora pasemos a analizar las pruebas de Armas o, mejor dicho, los procedimientos de Armas que contienen los expedientes de las Ordenes Militares. En aquellos en que aparece un dibujo del escudo y se inserta la descripción del mismo, se aprecia el completo desconocimiento que del Arte del Blasón tenían los Caballeros Informantes despachados para realizar las pruebas del pretendiente. En muchos casos no suelen coincidir las representaciones del escudo con las descripciones. En muchos casos no es sólo el informe lo que se conserva, resulta tarea dificilísima llegar a la interpretación correcta de aquel jeroglífico que quiere ser la descripción de las Armas. Esto por una parte. Por otra parte, la superabundancia de cuarteles en las armas, abusando de las leyes de la heráldica principalmente la coincidencia de escudos cuartelados en cuatro y atribuidos a un solo apellido, nos hace suponer que las Armas descritas corresponden a los cuatro apellidos de un abuelo del pretendiente, y no a uno sólo, como infantilmente se lo atribuyen. Estas razones de muy fácil comprobación en los expedientes de las Ordenes Militares que se conservan en el Archivo Histórico Nacional de Madrid, nos hacen meditar que es preciso poner muy en cuarentena dichas pruebas de Armas, si en realidad queremos aplicar un escudo a quien en verdad le corresponde.

Aún tenemos otros documentos más que nos demuestran lo innecesario de las Armas para la posesión o propiedad de la Nobleza. Nos referimos a los privilegios de Hidalguía. En los fondos que de éstos se custodian en el Archivo Nacional, en el de Justicia y en el de Simancas, se puede apreciar claramente que -salvo rarísima excepción- el privilegio de Nobleza no hacía la más mínima referencia a las posibles Armas del individuo, y que los pocos privilegios de Armas que se conservan -también salvo pocas excepciones- no citan a Nobleza del individuo a quien se le conceden. Los privilegios colectivos de Nobleza no aluden generalmente a las Armas, a excepción de tres o cuatro de ellos -de entre los conocidos- que también las conceden en comunidad.

La realidad es que desde la época de Felipe I, es decir, desde la implantación de las costumbres borgoñonas en España, la atribución, confirmación y atribución de Armas ha venido estando reservada a los Reyes de Armas. Esta atribución viene siendo continuamente confirmada como misión propia y característica suya, y su autoridad en la materia es única e indiscutible, a excepción, claro está, de las concesiones efectuadas por los monarcas.

Así se ha venido estimando continuamente desde el siglo XVI, y su autoridad, fundamentalmente en cuanto se refiere a Armas, ,jamás ha sido discutida.

A partir de 1836, cuando la realidad nobiliaria deja de existir, toma importancia el uso de las Armas en quienes son Nobles, pero también en quienes no lo son, y la más perfecta anarquía que preside todo aquello que se relaciona con la Nobleza se extiende igualmente al uso de las Armas. Los Reyes de Armas, incapaces de enfrentarse con el problema, toleran el intrusismo en sus atribuciones por parte de los individuos y corporaciones nobiliarias, y de todo ello nace el caos heráldico que ha llegado a nuestros días y cuya ordenación reviste las mayores dificultades.

Dicho confusionismo se refleja en el desgraciado proyecto de Estatuto Nobiliario, y es precisamente un individuo del Cuerpo de Cronistas Reyes de Armas quien, confundiendo lamentablemente los fundamentos para llegar a la prueba heráldica, propone la admisión de un conjunto de abusos para dar legalidad a una situación ilegal bajo todos los aspectos, en perjuicio del Cuerpo y de toda la realidad heráldica española. Tal es la influencia y el caos existente que impiden la visión real a quienes más interesados estaban en ella como únicos profesionales de estas Ciencias.

La Escuela de Genealogía moderna sostiene la teoría, basada en las reglas más puras de la Heráldica, y ya aceptada universalmente, de que cualquier persona puede adoptar sus Armas como símbolo gráfico de su apellido, y éstas jamás representan prueba alguna de Nobleza, pero dicha adopción debe reunir en cada nación los requisitos establecidos y ajustarse en todo al régimen legal para su uso.

Hay que reseñar pues que las Armas, salvo excepciones, no constituyen prueba alguna de Nobleza. Y que existe plena libertad para componer un escudo heráldico, según las normas de la heráldica, pero que forzosamente ha de estar ordenado, atribuido y certificado por un Cronista Rey de Armas, que es la máxima autoridad heráldica.

La Enciclopedia Hispanoamericana de Heráldica, Genealogía y Onomástica de García Carraffa

Los hermanos Alberto y Arturo García Carraffa son los autores de un importantísimo libro que sigue siendo de consulta obligada para todo el que esté interesado en la genealogía y en la heráldica, se trata de la «Enciclopedia Hispanoamericana de Heráldica, Genealogía y Onomástica», que desde 1920 a 1968 fue plasmándose en 88 nutridos tomos, sin que – por desgracia- la meritoria empresa, aunque muy avanzada, alcanzase su culminación, quedando interrumpida en el apellido URRIZA, al fallecer el último de sus artífices. Reiterados intentos de completar hasta la letra «Z» esta valiosa Enciclopedia chocaron con interminables imponderables y no alcanzaron a cuajar en realidad.
El tratadista Endika de Mogrobejo ha completado la magna obra de los García Carraffa, terminando la lista de apellidos.

Esta Enciclopedia recoge cerca de 17.000 apellidos con su historia y escudos de armas.

La Librería del Congreso de Estados Unidos tiene una web en la que podrá consultar si su apellido se encuentra recogido en esta magna obra. Pinche aquí para enlazar